En la lectura de estas últimas cartas —dirigidas a Benjamín Roca o, a través de éste, a sus ‘amigos’— se nos descubre cómo va naciendo el partido Demócrata Cristiano en la mente de Bustamante y en sus directivas, más que impartidas insinuadas, desde su destierro en Madrid y Ginebra.
Por curiosa coincidencia, la correspondencia puramente política comienza con una referencia a mi persona y con una carta que jamás llegó a mis manos y que don José Luis se empeñaba en que me fuera entregada.
El ilustre patricio desterrado había montado en cólera porque ‘Caretas’ —bajo mi dirección— había hecho pública una misiva de él a un amigo, en la que trazaba las líneas maestras de su pensamiento sobre la realidad política peruana. Lo indignaba que una correspondencia privada fuera dada a conocer al público sin anuencia del autor y —según él creía— del receptor del escrito. En su indignación, que duró varios meses, descargó sus iras contra el “periodismo amarillo, interesado, que lucra con las infidencias...”, contra una prensa a la que “jamás acudiría para publicar” sus escritos, a pesar de que reconoce que lo publicado en la revista “esté lejos de hacerme daño” y “me trate con amistad, alabándome”. Para apuntar en otra carta: “No creo tampoco que esa actitud de la revista ha sido un signo de amistad leal para conmigo”.
Nada de esto supe yo en esos años y no pude entonces replicarle —y quién sabe distanciarme para siempre de él—, dándole a conocer la verdad: que yo no podía haber hecho público ese documento si no me lo hubiera proporcionado una persona de mucha confianza, vinculada al bustamantismo. Como que así fue. Y en la correspondencia del propio Bustamante se revela algo más: que ese documento privado había estado circulando, en copias, tanto en Lima como Arequipa. El propósito —que para mí era transparente— fue divulgar una voz de aliento entre los opositores a la dictadura de Odría, ganados por la tradicional abulia limeña y un tanto abrumados —igual que ahora— por la eficacia del déspota. No advertía el Presidente que el periodismo lucra con publicaciones de sexo y crimen y no con la difusión de ideas alturadas como las suyas. Tampoco apreciaba Bustamante que el director de Caretas no sólo era un buen amigo suyo sino que más de un disgusto, con cárceles y destierro de por medio, había sufrido por defenderlo. Siempre, de acuerdo a mi modo de ser, sin siquiera dárselo a conocer al interesado.
Mucho tardó Bustamante en variar su opinión sobre ‘Caretas’. Sólo cambió varios meses después, con ocasión de un amargo enfrentamiento familiar en Arequipa, que lo hace exclamar con dramatismo en una carta “estoy abrumadoramente solo en el destierro”, pues nadie ha salido en su defensa, aparte de “un señor Crespo (que) ha roto lanzas por mí en Caretas; gesto que es más de agradecer por lo mismo que lo no conozco”. En la siguiente carta, informado ya de los detalles de esa y otras publicaciones, escribe casi con resignación: “Yo creí ingenuamente que se trataba de un redactor de la revista. Si a ustedes les parece, los autorizo a hacer una visita privada a lgartua, para expresarle también mi agradecimiento”. Esto es en mayo de 1955 y la frígida carta al director de ‘Caretas’, que jamás me fue entregada, está fechada en Madrid el 15 de noviembre de 1954.
El ‘documento’, cuya publicación alejó tan amargamente a Bustamante de ‘Caretas’ —hecho que recién descubro yo ahora—, es uno de los primeros pasos que va dando el Patricio para apadrinar un movimiento social cristiano en el Perú. Lo dice en varias oportunidades en su correspondencia de esos meses: “A este respecto, una carta muy extensa exponiéndole mi plan de ‘seminarios cívicos’. Puede usted pedírsela prestada para su información. Yo quisiera que la iniciativa se lance al público bien cuajada, madura, redonda: puede ser algo magnífico. Por eso hay que yo recuerdo haber escrito a Javier Correa rumiarlo bien”.
En estas líneas también se puede advertir la prisa que sus amigos tienen para lanzarse a la arena política, con la intención de levantar la candidatura presidencial de Bustamante, muchos con el ánimo de lograr un desagravio popular al presidente desterrado. Pero él no piensa igual. No le atrae el trajín político directo, no desea ser candidato. Lo que quiere es poner en marcha un movimiento de ideas que cuaje en un partido moderno, al que él no debe integrarse para así romper con la tradición caudillista que ha animado a todas las organizaciones políticas peruanas. Es rotunda su posición contraria a cualquier forma de bustamantismo.
En esos días preparaba su ‘Mensaje al Perú’ que únicamente encontró respaldo y cabida en ‘Caretas’. Pero antes tiene largas conversaciones en Ginebra con Enrique García Sayán, con quien ha compartido inquietudes en la tesis de las 200 millas, tesis que ellos proclamaron como derecho territorial de los países ribereños. Da cuenta de esas charlas a Benjamín Roca con estas líneas: “Muy largo tendría que escribirle a propósito de los desarrollos políticos de que usted me da aviso; pero pienso que no sólo es difícil dar por escrito una impresión clara de asuntos de suyo complejos, sino que en, este caso sería inútil, ya que Enrique, de viva voz, les transmitirá a usted y a otros amigos íntimos sus impresiones de nuestras conversaciones y les expondrá con fidelidad mi pensamiento... lo que me preocupa es que puedan ustedes sentirse cohibidos de actuar en su esfera personal en la forma que sus conciencias lo dicte; y en este sentido quisiera que sepan —y así se lo he dicho también a Enrique para que se lo transmita— que si bien yo estimo que conviene no .precipitarse demasiado a definir compromisos, por lo menos ostensiblemente, yo respeto y respetaré siempre la decisión de cualquier amigo que creyera deber cívico suyo pronunciarse desde ahora personalmente acerca de tal o cual candidatura. Conviene no olvidar, sin embargo, que el ‘bustamantismo’ es trapo rojo para el gobierno y que éste mirará con recelo y como enemigo a cualquier candidato que en su iniciación se presente apoyado por mis amigos... Y no quiero avanzar más. Yo no he tenido reservas con Enrique. Lo que he rogado a él y les ruego a todos ustedes es que guarden absoluta discreción y reserva ante todo el mundo sobre las conversaciones de Ginebra y todo lo que de ellas pueda derivarse... Yo no he dicho nada. Así, rotundamente. Siempre es preferible silencio a la tergiversación”.
A Bustamante no le interesa ser candidato y no quiere malas interpretaciones sobre su preocupación política. Su mente está en el ‘Mensaje’ que tiene en preparación y en el partido de ideas que puede surgir del manifiesto y de las cartas que va intercambiando con sus amigos de Lima y Arequipa, alentándolos a organizar ‘seminarios cívicos’ para jóvenes y obreros.
Es así como va tomando forma el partido Demócrata Cristiano, partido al que él considera —sin decirlo— consecuencia de su prédica y de sus incitaciones. Se siente parte de él, aunque no piensa inscribirse, hasta que sus amigos le dan cuenta; primero, de tratativas pragmáticas con la candidatura Prado y luego con la de Lavalle. Ese pragmatismo le repugna y no quiere se le mezcle para nada con Prado. Tampoco con Lavalle, aunque expresa aprecio personal por éste. No sólo no cree en ellos, sino que rechaza a los hombres de la extrema derecha. No hay ruptura con sus amigos, pero ya no convergen las ideas de Bustamante con los pasos prácticos de la Democracia Cristiana. Y lo curioso es que en toda la correspondencia —aparte de una fugaz referencia al inicio del proceso— Bustamante no menciona para nada a Fernando Belaunde, el candidato que se enfrenta a Odría y a Prado.
En la primera carta de contenido puramente político, que va a continuación de estas notas, el doctor José Luis Bustamante y Rivero hace una despiadada vivisección del Apra. Es un rotundo rechazo al aprismo que se irá amenguando o suavizándose con algunos matices en las cartas siguientes, pero que sería una constante en su posición política. Postura en la que, con no muchas diferencias, lo acompañó siempre don Jorge Basadre, otro gran preocupado por el destino de este país dé desconcertadas gentes.
Ya se ha publicado el ‘Manifiesto al Perú’ y Bustamante empieza a recibir ataques, tanto del gobierno como del pradismo. Son pocas las voces en su defensa. Se siente solo y duda. Teme que su respuesta a Augusto Thorndike, vocero del pradismo, no se publique y, olvidando la introducción que le puse a la réplica de Thorndike, al ‘Mensaje’, le escribe a Roca: “Es indispensable la inmediata publicación de ese documento, porque ya no puedo callarme ante esa gente. No dudo que el señor Igartua accederá a acoger la carta; y, en todo caso, tengo derecho legalmente a la rectificación”. Es muy posible que cuando escribía esto Bustamante, ya había yo publicado su candente respuesta al ex ministro de Prado.
Leamos con atención estas páginas indiscretas de don José Luis Bustamante y Rivero. Son escritos para la historia y que hago públicas aunque él vuelva a rabiar “por no ser iguales los cuidados que uno pone en la comunicación privada y en la que va al público”. Es justo en estos escritos espontáneos donde más se luce la grandeza espiritual y moral de don José Luis Bustamante y Rivero, un Presidente que tuvo por meta educar al Perú y hacer de nuestra república una democracia
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