Mis queridos amigos:
Mi hijo me ha traído, a su regreso del Perú, sugerencias de varios de ustedes sobre la conveniencia de contemplar mi retorno al país para fundar un núcleo que recoja nuestros ideales políticos y para hacerme presente en la campaña cívica abierta en pro de la obtención de garantías efectivas durante el próximo período electoral.
Me ha hecho conocer también el deseo que anima a un apreciable grupo juvenil de verse organizado a corto plazo, no sólo para emprender el programa de estudios sociales que he auspiciado en mi mensaje de julio, sino para actuar políticamente en la lucha electoral que se avecina.
Las duras experiencias recogidas de mi paso por la política no me mueven, por cierto, desde un punto de vista personal a enrolarme de nuevo en ella; pero comprendo, a la vez, que desde un punto de vista cívico cabe considerar el deber que en este momento puede incumbirme de cooperar a esos objetivos, reclamados por el interés nacional. Y ante un requerimiento de esta índole, mi reacción no puede ser negativa. Comparto, además, el criterio del elemento joven en el sentido de que la vibración que suscitan las actividades electorales puede representar ahora un factor de aglutinación y entusiasmo en el nacimiento de la nueva agrupación política; al paso que después de realizadas las elecciones, las cosas vuelven a su cauce, la euforia cívica se aquieta y falta calor al ambiente para esta clase de trabajos políticos.
He sabido también que ustedes juzgan hoy más factible, mi regreso en vista de las manifestaciones hechas por Odría en su mensaje del 9 de septiembre, interpretadas por el órgano oficial la Nación’ como un anuncio de que se permitirá volver al Perú a los desterrados políticos no incursos en la Ley de Seguridad.
Ustedes habrán observado, sin duda, que la interpretación de la Nación va bastante más allá de las palabras del mensaje oficial, por lo cual aquel comentario debe tomarse con reservas y sin demasiado optimismo. No obstante, me doy cuenta de que una gestión mía planteando mi regreso serviría para descubrir la verdadera intención del gobierno y compulsar el grado de seriedad de su oferta de garantías. Solicitaré, pues, un visado de reingreso.
Pero creo que una elemental sensatez aconseja condicionar mi vuelta al Perú a la existencia de ciertas circunstancias —ya del ambiente externo, ya del seno íntimo de nuestro grupo— que permitan atribuir viabilidad a los objetivos del proyectado viaje. Sería lamentable que mi presencia, lejos de ayudar al éxito de lo que creemos ser ‘la causa nacional’, perturbara posibles soluciones. Por otro lado, debe quedar establecido hasta qué punto el aliento que yo preste a la organización política cuya fundación se proyecta contará con el respaldo de una determinación seria, firme y previamente sopesada por sus componentes. La creación de un partido implica sacrificios, dedicación, acción decidida. Si unas y otras condiciones no existen, huelga cualquier intervención mía.
Y éste me parece el lugar adecuado para despejar todo equívoco sobre la forma en que, llegado el caso, me propongo intervenir. Actuaré en mi esfera privada, como simple ciudadano, en un plan de cooperación personal o, si se quiere, de docencia cívica. Esta posición es, sin duda, la más a propósito para dar mayor altura a mi tarea y me permitirá mayor independencia para trabajar por la liberación moral y política del Perú.
Gobierno y pradismo son las dos fuerzas que hasta hoy parecen retener la exclusiva de la actividad preelectoral. Reiteradamente se ha dicho que podría hallarse en gestación una tercera fuerza, producto de la coalición de aquellos grupos que combaten al gobierno y que son desafectos a Prado. Ignoro si tal rumor ha llegado a objetivarse y si los integrantes de esa alianza han buscado el apoyo individual de mis amigos. Quiero sólo formular una hipótesis. Sabido es que mi mensaje ha levantado resistencias en muchos sectores. No es extraño que esta circunstancia inspire a algunos de los grupos de la posible coalición una actitud de repulsa a mi participación en ella. Puede haber también otra clase de motivos políticos que a los ojos de algunos hagan preferible mi exclusión: la presencia de un ex Presidente derrocado es casi siempre un trapo rojo que concita las iras incontroladas del usurpador del Poder, quien trata de aplastar cualquier empresa en que aquel intervenga. Pues bien: deseo que se sepa que no tengo ningún empeño en figurar. Si los fines de la coalición son rectos y patrióticos —aunque no entrañen ideas sociales todo lo avanzadas que quisiéramos— puede ser conveniente que mis amigos se incorporen a ella aun sin participación mía. Hay que prever esta situación y sondear la posibilidad de que se produzca antes de dar yo el paso de mi regreso.
Permítaseme una conjetura más. Sea que nuestro Movimiento haya de actuar solo o incluido en una convención electoral, cabe la eventualidad de que por no llegar a plasmarse una tercera candidatura de oposición, queden solos en la arena el candidato gobiernista y Prado; y de que entonces la coalición o los elementos del Movimiento mismo opten, como caso extremo, por apoyar al segundo como expresión de rechazo al primero. A esto se ha dado en llamar “evitar el mal mayor”. Personalmente creo que una verdadera oposición debe alzar su propia bandera aunque vaya a la derrota; pero yo podría objetar una decisión de mis aliados o de mis amigos en favor de Prado sin incurrir en una coacción de su libertad cívica. Por eso ruego a los segundos que, si tal emergencia se previera, me hagan desde ahora la merced de relevarme de toda intervención en la organización del Movimiento o en el proceso político peruano. Convicciones muy arraigadas me vedan tener actuación ninguna en trabajos que pudieran desembocar en semejante solución.
Y ahora, miremos dentro de casa. No podemos ocultarnos a nosotros mismos que algunas de las ideas sociales y económicas expuestas en mi mensaje de julio han suscitado controversia en el seno mismo de nuestro grupo. Algunos de los nuestros consideran aquellas ideas demasiado avanzadas o inaplicables; otros las aceptan y querrían verlas puestas en obra. Fenómeno, por lo demás, perfectamente legítimo y democrático; pero no por eso menos cargado de consecuencias en lo que atañe a la unidad espiritual del grupo. Pienso que es ésta una materia acerca de la cual deberán —con plena libertad— pronunciarse mis amigos al tratar de dar programa al Movimiento político que se tiene en mientes. Yo no fijo cartabones ideológicos inflexibles: enuncio, sí, una orientación general francamente socializante, acerca de la cual no creo existan discrepancias. Cabría, pues, concebir la adopción inmediata de un conjunto de enunciados mínimos inspirados en las ideas éticas, sociales y políticas que llevé al gobierno; y someter, con plazos perentorios, a los ‘seminarios de investigación’ del propio Movimiento el estudio referente a la proporción y al ritmo con que deben proclamarse los objetivos realizables del que se diría plan máximo (reforma agraria, reforma tributaria, etc.) —Presumo que se considera incluidos entre los enunciados iniciales o mínimos temas tales como la descentralización, las cooperativas indígenas, la asignación al indio de tierras no aprovechadas y vacantes, la intensificada intervención de los organismos técnicos internacionales en los planes de mejoramiento indígena y social, etc.
Si nuestro movimiento ha de actuar dentro de alguna coalición electoral, la designación de la persona del candidato a la Presidencia debe ser objeto de su más grande preocupación. Debe exigirse que se escoja una figura personal y políticamente respetable. Es posible que, como producto que aquella designación ha de ser de la opinión de grupos disímiles, esa figura no llegue a colmar enteramente nuestras aspiraciones; pero por lo menos deberá ostentar un pasado limpio, ejecutoria de honestidad, convicciones democráticas, rectitud e independencia de carácter y cierto grado de sentido social acorde con la época.
Si el Movimiento ha de actuar solo y no dentro de una coalición, podría parecer excesiva la postura de lanzar un candidato propio a la Presidencia; pero sí debe pensarse en una lista propia de senadores y diputados por algunos departamentos y provincias, a fin de tomar desde ahora posiciones políticas y contar con un respaldo parlamentario, aunque sea reducido, para sus iniciativas programáticas. Esta aspiración debe ser planteada a los aliados si el Movimiento actúa en coalición.
En lo que concierne DIRECTIVAS, me parece que nuestro grupo debe, de inmediato:
a) Cohesionarse o aglutinarse en la escala más amplia posible, restableciendo el contacto entre sus dos sectores, maduro y juvenil.
b) Abrir contactos inmediatos con universitarios y obreros.
c) Constituir su directorio con elementos de ambos sectores e incluyendo miembros del grupo de Arequipa, único lugar de provincias en que mis amigos han mantenido cierta cohesión y actividad.
d) Buscar una denominación que elimine el sentido personalista que suscita el uso de mi apellido. Lo ideal sería encontrar un nombre que exprese realmente nuestra idea-madre: “Movimiento destinado a impulsar la FORMACIÓN DEMOCRÁTICA del país”.
e) Buscar personal para los comités departamentales y provinciales.
f) Encargar a una comisión de expertos la confección de un proyecto de reforma del Estatuto Electoral para presentarlo al Parlamento.
g) Establecer de inmediato canales de información con los otros grupos políticos para poder diagnosticar con precisión el estado actual de la realidad electoral y de las posibilidades de un movimiento de oposición.
h) Preparar una lista parlamentaria del grupo.
Pido a ustedes, estimados amigos, acepten esta carta como expresión de mi voluntad de colaborar en el cumplimiento del deber cívico que la nación nos demanda a todos en este momento. La forma y alcance definitivos de mi colaboración dependerán de si se me permite o no regresar al Perú y de los datos que ustedes tengan a bien enviarme -dentro del más breve lapso posible- sobre las cuestiones planteadas en esta carta.
Me suscribo muy cordialmente de ustedes, como invariable y deferente amigo,
José Luis Bustamante y Rivero.
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