En las páginas dedicadas por OIGA la semana pasada al doctor José Luis Bustamante y Rivero, apenas dejamos entrever algunas facetas de su riquísima personalidad. Y, hoy, con la colección de cartas de Bustamante a su fiel amigo don Benjamín Roca Muelle, que el hijo de éste ha puesto en nuestras manos, se hace notar aún más la pobreza del homenaje de OIGA a tan insigne compatriota.
Se trata de un largo epistolario, precedido por algunas notas de la campaña electoral de 1945. La primera orden que el candidato Bustamante les trasmite a sus partidarios a través del Secretario General del Frente Democrático, Benjamín Roca, lo retrata de cuerpo entero. Es el político dispuesto a cumplir con la palabra empeñada en el Memorándum de La Paz: su gobierno sería de transición a la democracia y, por lo tanto, su preocupación principal tendría que ser la docencia cívica. A tal objetivo concreto apunta esta directiva, a distancia sideral de lo que hoy se observa en el gobierno:
“He advertido que en los últimos días, el tono de los órganos de prensa que propician mi candidatura se va tornando agresivo y a veces francamente inconveniente”.
“Esta modalidad de nuestra prensa contraría las claras recomendaciones de mi Memorándum de 13 de marzo y desdice de nuestra cultura cívica. Ruego, pues, a Usted se digne suplicar a todos los Sres. Directores de órganos periodísticos que en esta capital o lugares próximos hacen la defensa de mi candidatura, quieran ajustarse en sus artículos e inserciones a las normas de moderación, compostura y dignidad cívica que deben inspirar todas nuestras actitudes. Igual pedido debe dirigirse, mediante los Comités Departamentales del Frente Democrático, a los periodistas que en el resto del país acompañan nuestra causa”.
Al leer estas líneas, hace un par de días, ante algunos amigos, nos desconcertó escuchar la lamentabilísima exclamación siguiente: “¡Este señor puede ser presidente de otra parte, no del Perú!”. Era, por un lado, no la rendida admiración a la integridad del político que así se expresaba, como debería ser, sino el estupor ante tanta rectitud; y, por otro, la absurda creencia de que el Perú no se merece un dirigente tan honesto, de tan alturadas miras. Estos buenos amigos no entendían que, justamente, los males del Perú parten de la falta de fe en la patria y necesitaban entonces y necesitan ahora docencia cívica desde lo alto. El Perú requiere ante todo y sobre todo educarse y no podrá lograrlo si, como ahora, la arbitrariedad, la violación de la ley, el capricho, son las normas que rigen la conducta del gobierno. Con tan mal ejemplo, viendo premiado con una larga presidencia al que violó la Constitución y se burla del orden jurídico imponiendo su voluntad cada vez que le viene en gana, los males del Perú continuarán siendo los mismos que, en 1945, don José Luis Bustamante se propuso desterrar, como paso previo al desarrollo nacional. Fue un intento lamentablemente fallido por culpa de la apatía ciudadana, de la falta de fe en el Perú y en los peruanos, de un extraño desencanto de algo que ni siquiera se ha iniciado, de la abulia que nos caracteriza y nos va hundiendo. De esa amodorrada molicie contra la que hay que reaccionar con vigor, como aconsejaba don José Luis Bustamante en su última entrevista, concedida a OIGA el 20 de enero de 1984. Esta charla —sin grabadora, a pedido del patricio— se publicó el 23 y ese mismo día, en gesto que lo retrata, acudió don José Luis a las oficinas de OIGA, ubicadas en aquella época en San Isidro, en un altillo de difícil acceso, para instarnos a seguir en la brega y agradecer la publicación a nuestro director y al autor de la entrevista. En realidad el agradecimiento lo merecía él por sus ejemplares actitudes públicas y privadas, por su mensaje que no dejará de tener palpitante actualidad mientras el Perú no se incorpore a la vida civilizada, al orden jurídico, a la democracia. Hasta que no se haga realidad esa pacífica convivencia dentro de una honesta discrepancia por la que han luchado, durante muchos años, tantos peruanos ilustres. No somos, si repasamos nuestra historia y nos detenemos en hombres como Bustamante, un país de mala muerte, de pobres diablos.
He aquí, a continuación, la última entrevista al doctor José Luis Bustamante y Rivero. En otras entregas iremos comentando las cartas del ex presidente a su amigo Benjamín Roca, fechadas desde el 10 de noviembre de 1948 al 5 de setiembre de 1967. Son cartas conmovedoras, la mayoría desde el destierro —de destierro a destierro, ya que pronto Benjamín Roca también saldría exiliado y se afincaría en Nueva York, mientras Bustamante pasaba de Santiago a Buenos Aires y después a Europa—; cartas que reflejan las últimas angustias personales de Bustamante y Roca, así como la acrisolada honestidad de ambos. Políticos ‘tradicionales y corruptos’ que ponen sobre la mesa sus preocupaciones económicas con una simplicidad conmovedora. Varias son las cartas de don José Luis Bustamante y Rivero puntualizando los detalles de un cheque por mil dólares para que le abran en Nueva York una cuenta, ya que estaba planeando, sí lograba una cátedra universitaria, trasladarse a esa ciudad, a pesar de la cohibición que le producía su desconocimiento del idioma inglés.
Leamos la entrevista:
Desde el 18 de mayo de 1980 azota al país una ola de violencia que provoca honda preocupación respecto del futuro del Perú. ¿Cómo analiza usted esta situación?
—Es cierto: una ola de violencia azota no sólo a nuestro país sino al mundo entero. Entre nosotros, yo me aventuro a creer —sin tener pruebas materiales pero sí con una especie de intuición fundada en la experiencia de la vida— que esa ola de violencia no es fruto exclusivo del malestar que pudiera haber en el país. Tengo la impresión de que hay de importado, de ajeno, en la violencia que se viene advirtiendo en el Perú. Aparte de esa presunción de que hay mucho de ajeno en la violencia, existe el hecho de que hay que acabar con ella. Y en un gobierno democrático, la violencia se ataja con la ley. El remedio para la violencia es la imposición de la ley. Pero ése no es el único camino, porque no enfrenta todas las causas de la violencia. En nuestro país, la función de gobernar es compleja y exige la atención de las circunstancias de la vida de los habitantes en condiciones muy diferentes a las de los habitantes de un país plenamente civilizado. Y entonces, para atajar las causas de la violencia, necesitamos escudriñar la intimidad de nuestra convivencia. El Perú es un país rico en recursos pero pobre en realizaciones; y pobre muchas veces en hombres capacitados para procurar satisfacer las necesidades de la población. Tenemos graves fallas en nuestra organización sociopolítica. Hay ignorancia, y ésta es foco de muchos males, entre ellos la incapacidad de trabajar fructuosamente con verdadera productividad económica. La organización estatal no ha alcanzado un grado de perfección, nuestro Estado es deficiente. Y entonces, la vida del pueblo peruano no es holgada. Las clases populares llevan una vida escasa y de miseria. ¿Por qué no reconocer que esa situación miserable que existe en muchos de los habitantes del Perú es una de las causas de la violencia? ¿Por qué no reconocer que esa causa se removería si tuviéramos una organización estatal más suficiente que mejore el nivel de vida de la población? Tenemos una desfavorable diferencia de clases sociales. Junto a clases muy pudientes hay clases de extremada necesidad. Vivimos entre extremos y no hay en la vida colectiva solidaridad suficiente entre las clases sociales. El magnate poderoso no siente suficientemente la miseria del hijo del pueblo. Hay que darle sensibilidad al magnate y hay que borrar de la mente del hijo del pueblo la idea de venganza o la costumbre de la reclamación airada y violenta. Aproximar los extremos es otra de las maneras de mejorar la situación social y evitar la violencia.
A raíz de esta ola de violencia han surgido voces pidiendo diálogo entre el gobierno y los subversivos. ¿Considera usted adecuado este tipo de propuesta?
—A mi juicio, el diálogo es posible allí donde hay buena fe. Hay que saber con quién se dialoga. Y no se puede dialogar con personas malévolas que tienen el deliberado propósito de hacer el mal por encima de todo.
¿Cuál es su opinión sobre el comportamiento de los medios de comunicación en el Perú?
—En una democracia, la función de los medios de comunicación es fundamental. Yo llevo a verla como una especie de necesario complemento de la función directiva del gobierno. Un gobierno sin prensa o con una prensa mal orientada no puede jamás gobernar bien. En nuestro país, la orientación de las comunicaciones no alcanza un nivel suficientemente satisfactorio. La función de orientar a la opinión pública no es ejercida con la deseable pulcritud. Hay con frecuencia noticias sensacionalistas y malintencionadas, sobre todo en el terreno político. El sensacionalismo deforma la realidad, atribuye a determinadas cosas importancia que no tiene o le niega validez a lo trascendente; en suma, desfigura la verdad. Esta orientación se percibe claramente en ciertos órganos y revela un principio de mala fe. Y no debe ser así, porque ello afecta la armonía social.
¿Piensa usted que en el Perú se ha afirmado la democracia o que el péndulo sigue acechando?
—No quiero ser profeta, ni estoy habituado al vaticinio del futuro y por otro lado estoy muy alejado de la política activa como para hacer pronósticos. Frente a la política del péndulo, sin pensar en que haya de producirse obligadamente entre nosotros, creo en la política de colaboración social. La colaboración es unión, acuerdo, armonización de puntos de vista diferentes, con la finalidad sana y noble, como meta final, de consolidar la democracia. No hay por qué llegar a extremos de violencia ni tampoco dislocar la armonía colectiva.
¿Considera usted posible que el Perú evolucione en el futuro cercano hacia el, bipartidismo? ¿Opina usted que es benéfico este tipo de sistema?
—El bipartidismo es la señal de un grado de evolución política más alto del que tenemos. Nuestra vida política dista de la perfección, no ha sido consolidado lo suficiente como para permitir que se traduzca en bipartidismo. Existe en el Perú un ansia de soluciones que se traduce en un gran número de partidos políticos. Pero creo que a medida que se vaya depurando nuestra vida política podrá llegarse al bipartidismo, que considero útil, porque implica escoger no entre doce sino entre las dos mejores opciones para nuestra idiosincrasia.
Hay quiénes dicen que últimamente en el Perú se está dando un fenómeno de apatía colectiva. ¿Es correcta esta apreciación a su juicio?
—Percibo en la vida pública del Perú un exceso censurable de abulia, de apatía, de indiferencia hacia la cosa pública y de apartamiento de la vida política, tal vez por efecto del miedo frente a la audacia de políticos extremistas. Esto nos hace daño. Yo soy un predicador del entusiasmo y del optimismo. Porque el pesimismo no es constructivo ni deseable. En el Perú tenemos la materia prima para progresar políticamente: una clase social apartada de los partidos pero que con su diaria labor colabora con el fortalecimiento de la democracia. Me refiero a la clase media. La existencia de una clase media en el Perú indica que nos hemos modernizado, puesto que en nuestro país faltaba la clase media, teníamos los dos extremos, los poderosos y los humildes. Esa clase media, adecuadamente motivada, puede ser el núcleo vigoroso y sólido de un movimiento que nos lleve hacia metas que justifiquen el optimismo del que estoy haciendo gala ahora.
Para finalizar. Usted, que fue profesor durante mucho tiempo, ¿cómo ve a la juventud peruana universitaria actual comparada con la de anteriores décadas?
—La juventud de décadas pasadas trabajaba y se desvivía por imponer ciertos derechos en la universidad. Hoy en día las reivindicaciones estudiantiles han sido en su mayoría logradas y los maestros han comprendido que en los alumnos no deben tener sólo discípulos sino en cierto modo colaboradores intelectuales. Hoy como ayer, el joven estudiante tiene derechos que reclamar dentro de la función educativa, y no se le puede atajar la espontaneidad de su talento. No hay por qué subestimar ni menospreciar el aporte que el estudiante puede llevar a la vida universitaria. Lo que pasaba antes era que la universidad no salía a la calle, vivía una vida pura: mente docente, pero con un sentido incompleto de docencia, porque no era actor del cambio. La concepción moderna que hoy rige es la del estudiante actor ejerciendo una hermosísima forma de magisterio: la libre y natural iniciativa de una mente joven y nueva que tiene mucho por comunicar. En ese sentido, la función del estudiante se ha agrandado. Ha dejado de ser un receptor de enseñanza y nada más; es ahora’ el discípulo preguntón. La función del estudiante en la vida de hoy es mucho más compleja que en décadas anteriores. Y por lo tanto se ha agrandado también la función del maestro, que tiene ahora una tarea intelectual más grande. Y yo le rogaría a la juventud de ahora que haya diálogo con sus maestros. Porque el diálogo es útil y bello, porque del diálogo surge la luz.
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