Las líneas básicas del pensamiento social de Bustamante pueden desprenderse del análisis de su ensayo 'Las Clases Sociales en el Perú', preparado en 1959, con ocasión de la Primera Semana Social del Perú convocada por el Episcopado Peruano. Es un estudio de evidente impronta sociológica, en el cual Bustamante, con seriedad y precisión académica, alejándose del discurso retórico y efectista tan frecuente en la sociología nacional, busca descubrir, detrás de las clases sociales, la situación concreta del hombre peruano y las pautas para auspiciar su desarrollo integral. Es un ensayo que tiene vigencia, porque esa gran pregunta, la pregunta sobre el desarrollo y la justicia para el hombre peruano, sigue esperando respuesta.
Para Bustamante, el punto de partida para iniciar el proceso de cambio en el Perú, se fundamenta en dos pilares: el diagnóstico preciso de la realidad social y la clara conciencia del valor supremo de la persona humana, entendida como fundamento y fin de la vida social, llamada a vivir en solidaridad y orientada a un destino trascendente. Este criterio de aproximación entraña una gran enseñanza para el presente, en el que el espíritu 'pragmático' olvida con frecuencia el vínculo entre la realidad y el deber ser, que es el norte de los cambios efectivos. Vivimos hoy bajo la imagen mítica de una 'eficacia' que muchas veces se vuelve, en sus métodos, contra el propio desarrollo humano.
Para el autor, reflexionar sobre las clases sociales en el Perú le permite aproximarse a las múltiples vivencias del hombre peruano. Es el medio para comprender la dinámica de sus aspiraciones, su situación económica, el nivel y los matices de su cultura, la naturaleza de sus conflictos y las dimensiones de su solidaridad.
En el aspecto conceptual, hace un conjunto de precisiones importantes sobre el término clase, que son útiles para entender la orientación humanista de su reflexión. Se trata de una categoría que debe permitir entender al hombre en su vida social, comprender -como diría Ortega y Gasset- su 'circunstancia'. No es, para él, una cerrada categoría como aquella que el marxismo pretendió imponer, y que implicaba la fatal determinación del hombre por la estructura económica y alentaba un conflicto irreconciliable. Plantea Bustamante que el ser humano, desde su esencial e irrenunciable libertad, ha participado en muy distintos tipos de estructuraciones sociales y que, en la actualidad, ésta se configura en un conjunto de grupos humanos interrelacionados por múltiples influencias culturales, políticas, económicas, geográficas y sociales, cuya comprensión es indispensable para garantizar la justicia como obra común y solidaria y sobre ello nos dirá: "El problema social ha cobrado con ello una fisonomía nueva que abarca, además del económico, otros aspectos más elevados de orden cultural, político y espiritual. En otros términos, el problema social de nuestros días es el problema de la persona humana en la integridad de sus dimensiones y de sus aspiraciones, como un sujeto a quien atañen exigencias de justicia que han de serie reconocidas cualquiera que fuese el grupo social en que esté ubicado. En cuanto a dignidad específica y al respeto de sus atributos, la persona humana no sufre una catalogación de sus individuos en clases. Por consiguiente, frente al hecho de la existencia de clases o escalones sociales en razón de situaciones externas imprescindibles para el desarrollo orgánico de la sociedad, se preconiza una política que, en medio de las inevitables diferencias, salve y preserve los derechos primarios de la personalidad".
Tan distante de la dialéctica marxista entre dos clases como del individualismo -estilo Robinson Crusoe- que prescinde de la realidad social, rehúye, como veremos, cualquier esquema simplista. Su enfoque de las clases sociales deriva en el reconocimiento de la autonomía de la sociedad civil: "Estaremos más cerca de la verdad si contemplamos en el conglomerado social como la superposición de estratos múltiples, como una concatenación de grados o categorías, o, mejor, como un agrupamiento de sectores diversos, como una concurrencia de grupos varios, con características propias, económicas, raciales, culturales, consistentes en modos peculiares de vida y costumbres, y a quienes liga un vínculo complejo de unidad geográfica, de intereses recíprocos y de comunes fines sociales".
Los distintos grupos sociales que conforman el Perú de los años sesenta desfilan bajo minuciosa descripción. A la clase adinerada del Perú, por ejemplo, la describe con tal imparcialidad que lo que la valora es sus méritos y la critica, severamente, por sus carencias morales y porque, a pesar de los ingentes medios con los que cuenta a su favor, "no ha legado a ser una verdadera clase directora, en el sentido de imprimirle al país un tono de vida concorde con el avance de los tiempos y con la idea cristiana. Nuestra estructura interna, en lo económico y en lo político-social, padece un atraso de muchas décadas; y el contraste existente entre este estado anacrónico y las impacientes exigencias actuales de la conciencia popular suscita un clima de tensión peligroso y dañino". La voz de Bustamante es la del hombre preocupado por el futuro del Perú, que siente la necesidad de denunciar una situación de indiferencia y de ciego conformismo, que debe ser urgentemente corregida.
Se ocupa también, con detenimiento y precisión, de la situación del sector rural campesino. Observa que, en él, se perciben algunos avances, especialmente en el sector de la costa, en cuanto a justicia en sus relaciones laborales. Pero es muy enfático en denunciar los diferentes mecanismos opresivos y problemas que subyugan al campesinado de la sierra. Sus denuncias se centran, esta vez, en la injusta distribución de la tierra y en el descuido clamoroso al que se ha sometido al hombre del campo, privándole de políticas de educación, acceso a la tecnología y financiamiento agrícola para mejorar su nivel de vida. Subraya la necesidad de establecer una política de integración técnica y de promoción cultural para el poblador de la sierra. Considera que la Reforma Agraria es una necesidad, que debe encararse con madurez y respeto al principio de propiedad privada, aunque es claro al afirmar que "... allí donde el egoísmo y la incomprensión del problema se muestran reacios a toda innovación o donde perduran métodos de repudiable abuso o dureza, la ley misma se encarga de señalar los medios de adquisición forzosa de la propiedad que permitirían asignar ésta a los campesinos aborígenes, con la adición de elementos crediticios y de asistencia técnica del Estado para elevar sus índices de producción. Y ello, con la parsimonia exigida por toda obra o empresa en que está de por medio un problema social de tan compleja contextura. Son fatales en estos casos las improvisaciones y las impaciencias. No se improvisan ni la educación que el indio requiere para asumir sus nuevas responsabilidades sin peligro de un tremendo fracaso, que ya se ha dado en otras partes...". A la luz de la historia que vendría, resultaron muy premonitorias sus palabras.
En cuanto al sector obrero urbano, Bustamante resalta el inicio de una dinámica de ascenso social -avalada en un progresivo acceso a la educación- que anuncia un camino evolutivo para edificar una sociedad más justa. Enfatiza la importancia del sindicalismo como factor fundamental para promover una relación de auténtica justicia entre la patronal y los trabajadores, aunque también advertirá respecto a sus deficiencias y peligros: "Bajo la gran empresa, y también en la mediana, la sindicalización obrera, por todos conceptos legítima, se ha extendido con notable profusión y ha servido, sin duda, para alcanzar mejoras salariales y de otra especie, y para divulgar el empleo de los pactos colectivos de trabajo. Sin embargo, el sindicato no ha madurado todavía. No siempre los dirigentes sindicales saben sustraerse al influjo de corrientes demagógicas o de tendencias políticas de partido, y a veces el sindicato va a la demagogia, aun sin el beneplácito de la mayoría".
Al reflexionar sobre los problemas del sector obrero urbano denuncia Bustamante la situación dramática -de injusticia y postración- de los trabajadores ambulantes. La solución de ese drama consistiría, en su opinión, en elevar su nivel de formación, capacitarlos en oficios definidos y promover el trabajo estable y defendido por la legislación social. Definitivamente en este punto se adelanta a plantear caminos de solución acertados ante un problema que hoy se manifiesta mucho más dramático y que no sólo no ha encontrado respuestas serias, sino que ha sido manipulado ideológicamente. Está visto hoy que, con la esforzada idealización del 'comerciante informal' -eufemismo recaída sobre el ambulante- se pretende justificar su situación social, sin atacar la raíz del problema, que es la falta de una política que promueva la industria, el agro y el desarrollo económico en general, lo cual, en la práctica implica aceptar y alentar mayor desprotección y abandono a estos sectores.
Aspecto importante de su reflexión es la situación de la clase media, a la que considera un espacio de integración y promoción cultural. Ve con esperanza que, en la medida en que se fortalezca y amplíe, aportará a la nación un criterio más democrático y solidario que favorecerá la integración económica y cultural entre los grupos sociales más distantes.
Si quisiéramos sintetizar los caminos que señala Bustamante para alcanzar la justicia en la sociedad peruana, podríamos concluir en los siguientes: Respeto de los derechos de la persona humana y de las garantías y condiciones para su desarrollo pleno; asumir el concepto de desarrollo como un proceso integral, que comprende todas las dimensiones del hombre y a todos los hombres; priorizar la educación y la promoción de los valores culturales, camino indispensable para la evolución de cualquier sociedad; la actuación del Estado como promotor subsidiario y respetuoso de la libertad humana; reconocer el desarrollo económico como fruto de un proceso evolutivo -y no revolucionario- cuya finalidad no son las cifras económicas, sino el hombre concreto; fortalecer las instituciones sociales, legales, culturales y políticas, como garantía de estabilidad y fundamento del orden social; impulsar una necesaria renovación moral en los ciudadanos que les aliente a descubrir y practicar los valores profundos de la existencia humana; y, finalmente, asumir como ideal de la sociedad el diálogo y el esfuerzo hacia el consenso, para que los diversos grupos sociales se integren solidariamente.
Sin duda, lo antedicho constituye un programa de principios sociales que, a pesar de la distancia que nos separa del momento en que fueron pronunciados, mantienen vigencia irrevocable. El vigor de estos principios obedece a que se derivan de una visión integral del hombre pero, fundamentalmente, a la constatación que todos los días hacemos: que esa deprimente y mísera realidad social sigue subsistiendo -y agravándose- y reclama de nosotros romper la indiferencia y el ciego conformismo.
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