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Jose Luis Bustamante y Rivero

“Mi línea está trazada en público documento -el Memorándum de 13 de marzo- que el consentimiento de mis electores me ha hecho el honor de refrendar. Allí está mi programa. El próximo período se caracteriza claramente como una etapa de transición, que servirá de ensambladura a dos momentos antagónicos. Uno, el de ayer, influido por inquietudes políticas y plausibles afanes de organización. Otro, el de mañana, en que cabe esperar el advenimiento de una era de madurez democrática y de firme y científico desarrollo de las fuerzas potenciales de la nacionalidad. Es el paréntesis intermedio el que me toca presidir. Dentro del campo constitucional, se impone realizar un reajuste de las instituciones jurídicas, a tono con la emoción que hoy alienta en el mundo; y dar al pueblo la seguridad de que su vida habrá de desenvolverse en un clima de paz cordial, sin extremos de dictadura ni de demagogia, sin leyes de excepción ni alardes disolventes de rebeldía”.

Discurso del doctor José Luis Bustamante y Rivero al asumir la presidencia de la República del Perú

Lima, Congreso de la República, Julio 28 de 1945

Jose Luis Bustamante y Rivero

"Les pido a ustedes algo que también está en el fondo de mí espíritu: Fe en los destinos del país. No es hora de amarguras, es hora de construcción y de esperanzas. No desmayemos: creamos en el Perú. Nuestro pueblo está llamado a destinos muy altos... Hagamos un Perú grande y ustedes, los que quedan, son los encargados de realizar esta obra. Desde lejos yo los he de acompañar con todo el fervor patriótico de mi espíritu".

Lima, Palacio de Gobierno, Octubre 29 de 1948.

Jose Luis Bustamante y Rivero

EN ninguna circunstancia de la vida se aquilata mejor el valor de la amistad que en los momentos difíciles en que un hombre no tiene otro título que el de amigo. Como amigos están ustedes aquí y como amigo les digo gracias.

He dicho mal al expresar que no tengo más título que el de amigo, tengo otro título: el de Presidente de la República. Soy todavía presidente del Perú.

Seguiré siéndolo hasta que transponga las fronteras de mi Patria y aun más allá de esas fronteras, pues la fuerza es la que me saca. Pero tengo la satisfacción serena y firme, como cumple a la investidura de Presidente, de haber contestado a quienes pretendieron que yo entregara él cargo o que formulara mi renuncia, que un Presidente de la República no dimite porque su mandato emana del pueblo. Esas fueron esta mañana, en el Consejo de Ministros, mis palabras, porque el mandato sagrado del pueblo lo debe retener un Presidente mientras viva o hasta que la fuerza se lo arrebate. He pensado siempre que la investidura presidencial y la autoridad que comporta es un legado sagrado que pertenece a la Nación, del cual el Presidente es sólo un depositario y, como depositario de él, debe conservarlo.

He manifestado que en estas circuns­tancias no podía yo hacer entrega de mi mandato ni transferirlo a otras manos. Y que de este Palacio se me sacaría muerto o prisionero: Voy, a salir prisionero.

No digo estas palabras con amargura, las digo con la mayor serenidad, pero quiero aprovechar de la circunstancia de estar rodeado de un grupo de amigos para decirles que lleven su testimonio a mi pueblo de esta declaración pública que hago.

La historia es la que juzga los actos de los hombres públicos. Quiero que recoja estas palabras, que recoja la actitud que ha tenido un Presidente que, sin alardes, sabe que ha sido un Presidente con bue­na intención y que sale de su país llevando limpia y alta la frente y conservando intacto aquel legado que recibió del pueblo.

Yo les pido a ustedes algo que también está en el fondo de mí espíritu: FE. Fe en los destinos del país. No es hora de amarguras, es hora de construcción y de esperanzas. No desmayemos: creamos en el Perú.

Nuestro pueblo está llamado a destinos muy altos. Las crisis en los países no son cosas de hoy, han sido fenómenos de siempre; pero de las grandes crisis surgen los grandes remedios. Hagamos un Perú grande y ustedes, los que quedan, son los encargados de realizar esta obra.

Desde lejos yo los he de acompañar con todo el fervor patriótico de mi espíritu. Lo único que me llevo es la Patria en mi corazón.

Lima, Palacio de Gobierno, Octubre 29 de 1948.

FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA

FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA
ARTOLA ARBIZA, Antonio María. Ezkioga. En el 80° aniversario de la Pastoral de Mons. Mateo Múgica Urrestarazu sobre Ezkioga (07/09/ 1933), Ezkio, Fondo Editorial Revista Oiga (978-61-2465-76-03).

Jose Luis Bustamante y Rivero

El argonauta y el buzo

por Mario Polar Ugarteche

Para cumplir con el propósito de estas páginas –imprimir en la mente de los jóvenes la figura de un peruano ejemplar–, nada mejor que recurrir a la pluma de Mario Polar, quien en su libro ‘Viejos y nuevos tiempos' traza, bajo el mismo título de la cabecera, la siguiente magistratura estampa del doctor José Luis Bustamante y Rivero. Leamos a Mario Polar dialogando con su nieto:

Lima, 18 de julio de 1968.

Pequeño: hoy quiero contarte de dos maestros de mi juventud a quienes considero ahora mis amigos: de José Luis Bustamante y Rivero y de César Atahualpa Rodríguez.

El primero fue mi maestro de Derecho Civil en la Facultad de Jurisprudencia. El segundo me dio lecciones de Humanismo cuando regalaba cultura bajo los arcos de Portales de la Plaza Mayor de Arequipa. El primero es conocido como político y hombre de leyes y del segundo muy pocos saben algo. Pero ambos son poetas en la acepción más pura del vocablo y no porque “componen o hacen versos”, según definición de un diccionario, sino porque han sido capaces de encontrar la esencia poética en la substancia misma de la vida y de verterla y revelarla con belleza.

Cuando estudies la Historia del Perú Republicano sabrás que don José Luis, además de maestro y autor de ensayos jurídicos y sociológicos notables, fue el líder civil de la revolución de 1930 que derrocó a Leguía en un intento de restablecer las libertades públicas; que en 1945, en las primeras elecciones limpias y auténticas en muchos lustros, fue elegido Presidente de la República; que tres años después fue derrocado por un golpe militar encabezado por el que fuera uno de sus ministros de Gobierno; que cuando regresó del exilio fue calurosamente acogido por los pueblos de Lima y Arequipa como una de las reservas morales del país; que posteriormente fue elegido Juez del Tribunal Internacional de La Haya; y que actualmente es Presidente de esa institución, el más alto tribunal de la Tierra.

De César Atahualpa Rodríguez sabrás algo si estudias la historia de la literatura peruana y si los historiadores de esta época son capaces de captar el hondo mensaje metafísico de su poesía. Pues mientras la biografía de Bustamante es muy rica, incluyendo sus servicios como Embajador del Perú en varios países y su participación en algunas conferencias internacionales —lo que anteriormente olvidé mencionar—, la biografía de Rodríguez, por lo menos en términos convencionales, es muy pobre. Nació en Arequipa hace 78 años; estudió en una escuelita municipal y en el Colegio de la Independencia; ingresó, siendo muy joven, a la ‘Biblioteca Municipal’ como ayudante, ascendiendo en 1918 al cargo del director; y después de 40 años de labor fue jubilado.

Nada más. En ese lapso ha escrito mucho pero ha publicado poco: la Torre de las Paradojas –colección de poemas juveniles publicados por una editorial argentina en 1926– y ‘Sonatas en Tono de Silencio’ –selección de poemas de edad madura, editado por el Ministerio de Educación el año pasado. Sin embargo, eventualmente, diarios y revistas de Arequipa y algunas capitales de América han publicado sus poemas.

A estos dos hombres tan distintos, y tan hermanos en el fondo –al que conoció el drama del poder y de la lucha pública y al que vivió en la sombra, buceando angustiosamente en su pozo interior para sacar, de cuando en cuando, alguna perla legítima–, debo mucho más de lo que ellos sospechan. Porque ambos, a su manera diferente, me revelaron horizontes ambiciosos y ampliaron mi visión de la vida en extensión y en profundidad.

Con lenguaje ‘spengleriano’ podría decirte que uno es de la escuela de Apolo y el otro de la de Dionisio. Bustamante es sereno, ponderado, con un fuego interior controlado en la expresión galana y el ademán sobrio. Rodríguez, en cambio, es dionisiaco, vehemente, cargado de pasión, con un fuego que se le agota, a veces, en un jadeo y que en otras estalla en una imprecación. Pero ambos son músicos aunque no lo quieran y aman las palabras. El fondo y la forma se acoplan en ellos naturalmente y les dan un estilo. En uno, como en Goethe, el equilibrio es la meta y la serenidad, la senda. En otro, como en Beethoven, la meta es inalcanzable y sólo el camino cuenta; y lo recorre apasionadamente y haciendo pascanas para drenar el dolor, irisado de anhelos, jadeante de fatigas y ensueños.

Rodríguez debe ser algunos años mayor que Bustamante; pero prácticamente estos arequipeños son coetáneos. Sin embargo, por lo que sé, su evolución espiritual fue diferente y el afecto que ahora los vincula nació sólo en la edad madura.

Bustamante proviene de viejas familias arequipeñas que hicieron de la austeridad y del recato una norma insobornable. Por eso la sobriedad y la mesura en el ademán y en la palabra, tienen en don José Luis un origen ancestral y él, en ese aspecto, es la expresión de una herencia. Pero nacido a fines de un siglo, creció para ser niño y adolescente en los albores de otro que se proyectaba hacia el futuro como una promesa de novedades o como un quemante problema por resolver. Y con una inteligencia sorprendentemente lúcida y alerta, que rompió con severa audacia los moldes tradicionales en que fue cultivada, aceptó el reto de su hora y se aplicó con terca devoción a buscar soluciones a los viejos problemas insolutos. El derecho y la política fueron, inevitablemente, los caminos que se le abrieron. Pero no el derecho sólo como esgrima en que la dialéctica hace de espada; y no la política como medio de vida o de encumbramiento social; sino el Derecho y la Política como herramientas lícitas e indispensables para la búsqueda de la justicia y de un mundo más equilibrado y más pleno. Y así el poeta afloró en el sueño de un mañana más justo y en la subordinación a la palabra medida y al adjetivo cabal. Pero músico desde el fondo del alma, la palabra, escrita o hablada, tiene en él la cadencia de una partitura. Y no sólo en sus poemas que conocen tan pocos, sino en sus conferencias, sus discursos y sus charlas. Cuando escuché sus primeras clases y leí sus primeros escritos, no me interesé, en verdad, por el contenido sino por la forma. Me gustaban sus períodos bien cortados, el orden de su exposición, la gracia con que los adjetivos redondeaban el significado de los sustantivos, la plenitud, en suma, del idioma. Sólo después me percaté de que debajo de esta forma, tan meticulosamente cuidada, navegaba en la sombra la angustia del buscador de soluciones, el afán interior del cazador de verdades y la pudorosa piedad del caballero cristiano. Y esta angustia, este afán y esta piedad, verdaderos protagonistas de su drama humano, lo llevarían a la política, como portador de un sueño, para ser golpeado rudamente, para descubrir que un hombre solo, y solitario, no puede modificar un mundo imperfecto; pero sí puede, si tiene coraje, abstenerse de escupir por el colmillo, como los bravucones, para defender la convivencia democrática; y puede también conservar la dignidad y el decoro y encender una antorcha para que otros la recojan, encendida, en la posta de la vida. Su concepción de un orden cristiano, fraterno y creador, de hondas reformas sin violencia, son, en el fondo, su aporte constructivo a la vida de un país que despierta, en una hora confusa, con el sueño de un verdadero amanecer.

Mi amistad con estos dos hombres, tan distintos y, ahora, tan entrañablemente amigos, es uno de los muchos regalos que me ha hecho la vida.

De Bustamante conocí unos poemas muchos años antes de, que supiera quien fue el autor. Siendo muy niño se organizó una función de caridad en la que se representó ‘Blanca Nieves y los Siete Enanitos’. Bustamante, según lo supe mucho después, fue quien escenificó el cuento y lo vertió en versos pulcramente cortados. Yo debí ser el séptimo de los enanos; y recuerdo todavía buena parte de los parlamentos del ‘Príncipe Encantador’ y, por supuesto, lo que los enanos debíamos decir:

“Ya no somos pobres gnomos

sino pajes encantados,

con ricos ropajes

y luengos plumajes;

que derrocharemos

las riquezas todas

que hemos reunido

con sudor y llanto

…y tanto quebranto”.

Que me perdone don José Luis si éstos no son, exactamente, los versos que él escribió; pero la verdad es que los aprendí siendo tan niño que no recuerdo haberlos leído nunca. Y debí ser muy pequeño en verdad, porque no entendí entonces la razón por la que fui expulsado de la compañía teatral. Yo debía decir, en algún momento, refiriéndome a Blanca Nieves: “Que sea nuestra mamá”. Pero enmendándole la plana a don José Luis y dando una razón práctica y nutritiva a una frase que debía tener sólo una finalidad lírica, exclamé en un ensayo, muy sensatamente: “Que sea nuestra mamá... pa’ que nos dé tetita”. Las risas corearon mi improvisación; y aunque en diversos tonos se me dijo que debía suprimir el añadido, el recuerdo de mi éxito inicial me indujo a repetirlo en el ensayo final. El resultado fue mi expulsión. Fui reemplazado por Mañuco Zereceda, que tuvo que heredar mis atuendos.

Pero mi amistad con Bustamante se inició en mi juventud, cuando fui su alumno en la Universidad. Entonces mi hermano Juan Manuel y Alberto Soto trabajaban como practicantes en su estudio y la admiración que le tenían, y que han mantenido sin fisuras, incitaba mi curiosidad. En una ocasión reemplacé por breves días a Alberto Soto como amanuense; y de esta época recuerdo una anécdota que lo pinta realmente. Me dictó un largo alegato; y en la noche me llamó por teléfono para pedirme un servicio —pues don José Luis no daba órdenes—; que en un acápite determinado modificase una palabra por otra, de significado muy similar. Intrigado por la importancia que concedía a algo que parecía sin importancia intuí la razón: la segunda palabra, en el período, `sonaba’ mejor. La preocupación por la forma como la obsesión por lo justo y lo legítimo es posible que, en más de una ocasión, hayan significado trabas para el hombre de Estado; pero revelan al poeta y al moralista.

Cuando don José Luis iba a cenar a casa de mis padres o me encontraba con él en alguna reunión, jamás hablábamos de derecho sino de literatura. Y recuerdo que una noche, en mi casa, entusiasmado por unos poemas de Rodríguez que recité y él no conocía, nos regaló recitándonos poemas de su propia cosecha, que no ha publicado jamás. Y así nació una amistad que se fue estrechando con los años. Mientras fue Embajador del Perú solía escribirle eventualmente; y cuando regresó al Perú como candidato a la Presidencia y llegó a Arequipa antes de viajar a Lima, me llamó para preguntarme “si tendría inconveniente en servirle de amanuense” en la redacción del discurso que pronunciaría en la capital y que fue uno de los discursos más hermosos y más cargados de mensaje que ha producido.

Sin voluptuosidad de poder, requisito casi indispensable para ejercer el mando, don José Luis asumió la Presidencia como un deber, con entereza pero sin gozo. La euforia de la libertad reconquistada, la prepotencia del único grupo político organizado entonces, los apetitos de los viejos sectores desplazados del poder y la crisis financiera desatada por el término de la segunda guerra mundial, que determinó la caída de los precios de los artículos de exportación, acumularon nubes de tormenta sobre el horizonte. Y ‘la primavera democrática’, tan ardorosamente defendida por un hombre limpio, terminó con un golpe frustrado el 3 de octubre y con otro golpe de Estado triunfante el 27 del mismo mes de 1948. Yo estaba entonces en Buenos Aires y recibí a don José Luis en el exilio. Y durante un mes, pues mi carrera diplomática terminó también el 27 de octubre, estuve todos los días con don José Luis, que almorzaba o comía en mi casa. Sin acrimonia, yo diría que incluso sin rencor, examinaba en nuestras largas charlas todos los aspectos positivos y negativos de su gobierno, los errores de los grupos y sus propios errores, su exagerada confianza en la lealtad de los hombres y en la lealtad a los pactos, los raíces profundas de ‘una crisis que se juzgaba sólo por sus efectos exteriores y superficiales y la necesidad de movilizar la conciencia cívica del país, no para reponerlo en el mandato que se le había arrebatado, sino para crear el equilibrio de fuerzas sin el cual jamás podríamos los peruanos constituir una democracia. Y el gobernante derrocado no pensaba en él sino en el país. No añoraba el Poder. Quería sólo trocar su experiencia dolorosa en un mensaje de esperanza, sacar conclusiones para que otros enmendaran los rumbos. El poeta del Derecho quería hacer de la ley un instrumento eficaz de perfeccionamiento y de justicia. Y su anhelo, su sueño, se vertió en cientos de cartas a sus amigos, en cientos de mensajes en los que no había ni queja ni amargura sino sólo palabras de aliento para que la antorcha encendida se mantuviese viva, para que se retomase, sin sangre, el camino civilizado de la democracia hasta convertirla en la mejor costumbre; y para que se hiciese conciencia su convicción honesta de que una mañana con luz de alborada sólo puede ser el fruto de una larga noche de esfuerzo y sacrificio. De él aprendí que vivimos tiempos de dar y no recibir y que lo que importa, para quienes asumen responsabilidades, no es reclamar derechos sino cumplir deberes. Aunque la incomprensión, o fuerzas que a veces son más fuertes que los hombres, trunquen muchos esfuerzos y derriben muchos luchadores. Siempre que queden corredores en la posta.

Esos días difíciles de Buenos Aires tuvieron también alguna compensación para don José Luis. El cálido afecto de sus amigos, demostrado en múltiples formas, llegaba a él ya limpio de toda sospecha de interés, como una colectiva voz de aliento; y después de tres años de vivir en Palacio, permanentemente resguardado —como un voluntario prisionero— volvió a conocer el placer de ser un ciudadano cualquiera, de caminar libremente por las calles sin plan y sin horario. Recorríamos juntos Corrientes y Florida, las famosas calles bonaerenses, mirando los escaparates. A veces entrábamos a algún café a tomar un aperitivo. En otras ocasiones paseábamos frente al río disfrutando de la brisa en ese noviembre cada vez más cálido. Y el reencuentro con la libertad, para quien había vivido enclaustrado y había recorrido las calles de Lima, durante tres años, sujeto a horarios y custodia, fue un placer renovado. Vagar por las avenidas sin plan ni concierto, charlar sin apremio, volver otra vez, eventualmente, a hablar de literatura, retornar a la confidencia, examinar con calma los problemas del Continente y del propio país, fueron bálsamos para el espíritu herido, fórmulas espontáneas para que un hombre libre mantuviera el equilibrio. Cuando, al cabo de un mes, tuve que regresar al Perú con mi familia para rehacer mi vida, sentí de veras mi partida, por don José Luis y por mí. Sobre el plinto de un viejo afecto habíamos levantado una honda amistad, que se ha afirmado en los últimos 20 años. El mandatario derrocado un solo encargo me dio para sus amigos del Perú: que se aplicaran con tenacidad y con paciencia a la formación de un partido político. Mientras exista —me decía— un solo partido organizado como el Apra y, frente a él sólo agrupaciones electorales eventuales, jamás habrá democracia en el Perú; y el país seguirá oscilando entre la dictadura castrense y la prepotencia, inevitable, del grupo único. Y esta recomendación está en la fuente del camino que desde entonces seguí, que a lo mejor no es siquiera el camino que hubiera escogido mi corazón, de acuerdo con mis propias inclinaciones.

Podrías preguntarte, pequeño, por qué te hablo en una sola carta de dos figuras humanas tan aparentemente distintas, tan dignas, cada una de ellas, de una estampa singular. Y podrías también preguntarte por qué las mezclo en el recuerdo. Y quizá no pueda explicarte del todo las razones. El hecho de que ambos hayan llenado, casi, su periplo, aunque están en aptitud de darnos todavía más de una sorpresa, no es una respuesta satisfactoria. Creo que las he mezclado porque el Argonauta y el Buzo incidieron en mi vida en momentos cruciales. Porque uno me aceptó en su nave en días de tormenta para hacer mirar el drama de nuestro tiempo con la angustia que la vida reclama para tomar decisiones. Y porque el otro me metió en su escafandra para hacerme contemplar la trágica y misteriosa grandeza del interior del hombre.

Por eso te dije que debo mucho a Bustamante y a Rodríguez. Sé, por cierto, como te he comentado en otra ocasión recordando a Saint-Exupery, que cada ser humano es un universo que se alumbra con su propia luz, sea ésta mortecina o brillante. Pero sé también que vivimos dentro de una constelación humana y que reflejamos, sin quererlo, los rayos más luminosos. Con ellos también nos alumbramos, incluso cuando rechazamos, total o parcialmente, su luz. Y eso nos ayuda a comprender y a vivir y, a veces, a actuar. Por eso, pequeño, porque sé, por experiencia, lo que significaron para mí don José Luis y César Atahualpa, quisiera que en tu vida encontraras un Argonauta y un Buzo. Con lenguaje infantil podría decirte que es como subir y bajar en un funicular adosado a la montaña fabulosa de la vida.

“CUANDO estudies la Historia del Perú Republicano sabrás que Don José Luis, además de maestro y autor de ensayos jurídicos y sociológicos, fue el líder civil de la revolución de 1930 que derroco a Leguía en un intento de restablecer las libertades”. MARIO POLAR UGARTECHE.

“Sabrás que en 1945, en las primeras elecciones limpias y autenticas es muchos lustros, fue elegido Presidente de la Republica; que posteriormente fue elegido Presidente del Tribunal de la Haya, el mas alto tribunal de la tierra”. MARIO POLAR UGARTECHE.

Oiga 24/01/1994

Jose Luis Bustamante y Rivero

Páginas para la historia

Bustamante en su mensaje epistolar

por Francisco Igartua

CON las cartas de don José Luis Bustamante y Rivero a don Benjamín Roca Muelle en mi poder, gracias a la espontánea decisión del ingeniero Benjamín Roca De la Jara, su hijo, tengo a la vista un cuadro vivo de la pulcrísima intimidad del Presidente que mayor empeño puso, en el curso de toda nuestra historia, por educar cívicamente al Perú. Se trata de una larga correspondencia, en gran parte dedicada a menudos problemas de la vida doméstica, en la que exhibe Bustamante su implacable rectitud, su limpieza moral, su amorosa lealtad a la familia y a su lar arequipeño. Son cartas que comienzan con los relatos de una larga y penosa peregrinación por clínicas y sanatorios, acompañando a su señora, María Jesús Rivera de Bustamante y Rivero, cruelmente quemada en un accidente de aviación, en Chile, cuando acudía a acompañar al Presidente, desterrado en Buenos Aires. Cartas que revelan las penurias económicas y la pulcra y austera intimidad doméstica de los Bustamante —que a él le indignaba se dieran a conocer— y concluyen con mensajes y ‘memos’ políticos en los que pone el alma y expone el meollo de su pensamiento social.

En la lectura de estas últimas cartas —dirigidas a Benjamín Roca o, a través de éste, a sus ‘amigos’— se nos descubre cómo va naciendo el partido Demócrata Cristiano en la mente de Bustamante y en sus directivas, más que impartidas insinuadas, desde su destierro en Madrid y Ginebra.

Por curiosa coincidencia, la correspondencia puramente política comienza con una referencia a mi persona y con una carta que jamás llegó a mis manos y que don José Luis se empeñaba en que me fuera entregada.

El ilustre patricio desterrado había montado en cólera porque ‘Caretas’ —bajo mi dirección— había hecho pública una misiva de él a un amigo, en la que trazaba las líneas maestras de su pensamiento sobre la realidad política peruana. Lo indignaba que una correspondencia privada fuera dada a conocer al público sin anuencia del autor y —según él creía— del receptor del escrito. En su indignación, que duró varios meses, descargó sus iras contra el “periodismo amarillo, interesado, que lucra con las infidencias...”, contra una prensa a la que “jamás acudiría para publicar” sus escritos, a pesar de que reconoce que lo publicado en la revista “esté lejos de hacerme daño” y “me trate con amistad, alabándome”. Para apuntar en otra carta: “No creo tampoco que esa actitud de la revista ha sido un signo de amistad leal para conmigo”.

Nada de esto supe yo en esos años y no pude entonces replicarle —y quién sabe distanciarme para siempre de él—, dándole a conocer la verdad: que yo no podía haber hecho público ese documento si no me lo hubiera proporcionado una persona de mucha confianza, vinculada al bustamantismo. Como que así fue. Y en la correspondencia del propio Bustamante se revela algo más: que ese documento privado había estado circulando, en copias, tanto en Lima como Arequipa. El propósito —que para mí era transparente— fue divulgar una voz de aliento entre los opositores a la dictadura de Odría, ganados por la tradicional abulia limeña y un tanto abrumados —igual que ahora— por la eficacia del déspota. No advertía el Presidente que el periodismo lucra con publicaciones de sexo y crimen y no con la difusión de ideas alturadas como las suyas. Tampoco apreciaba Bustamante que el director de Caretas no sólo era un buen amigo suyo sino que más de un disgusto, con cárceles y destierro de por medio, había sufrido por defenderlo. Siempre, de acuerdo a mi modo de ser, sin siquiera dárselo a conocer al interesado.

Mucho tardó Bustamante en variar su opinión sobre ‘Caretas’. Sólo cambió varios meses después, con ocasión de un amargo enfrentamiento familiar en Arequipa, que lo hace exclamar con dramatismo en una carta “estoy abrumadoramente solo en el destierro”, pues nadie ha salido en su defensa, aparte de “un señor Crespo (que) ha roto lanzas por mí en Caretas; gesto que es más de agradecer por lo mismo que lo no conozco”. En la siguiente carta, informado ya de los detalles de esa y otras publicaciones, escribe casi con resignación: “Yo creí ingenuamente que se trataba de un redactor de la revista. Si a ustedes les parece, los autorizo a hacer una visita privada a lgartua, para expresarle también mi agradecimiento”. Esto es en mayo de 1955 y la frígida carta al director de ‘Caretas’, que jamás me fue entregada, está fechada en Madrid el 15 de noviembre de 1954.

El ‘documento’, cuya publicación alejó tan amargamente a Bustamante de ‘Caretas’ —hecho que recién descubro yo ahora—, es uno de los primeros pasos que va dando el Patricio para apadrinar un movimiento social cristiano en el Perú. Lo dice en varias oportunidades en su correspondencia de esos meses: “A este respecto, una carta muy extensa exponiéndole mi plan de ‘seminarios cívicos’. Puede usted pedírsela prestada para su información. Yo quisiera que la iniciativa se lance al público bien cuajada, madura, redonda: puede ser algo magnífico. Por eso hay que yo recuerdo haber escrito a Javier Correa rumiarlo bien”.

En estas líneas también se puede advertir la prisa que sus amigos tienen para lanzarse a la arena política, con la intención de levantar la candidatura presidencial de Bustamante, muchos con el ánimo de lograr un desagravio popular al presidente desterrado. Pero él no piensa igual. No le atrae el trajín político directo, no desea ser candidato. Lo que quiere es poner en marcha un movimiento de ideas que cuaje en un partido moderno, al que él no debe integrarse para así romper con la tradición caudillista que ha animado a todas las organizaciones políticas peruanas. Es rotunda su posición contraria a cualquier forma de bustamantismo.

En esos días preparaba su ‘Mensaje al Perú’ que únicamente encontró respaldo y cabida en ‘Caretas’. Pero antes tiene largas conversaciones en Ginebra con Enrique García Sayán, con quien ha compartido inquietudes en la tesis de las 200 millas, tesis que ellos proclamaron como derecho territorial de los países ribereños. Da cuenta de esas charlas a Benjamín Roca con estas líneas: “Muy largo tendría que escribirle a propósito de los desarrollos políticos de que usted me da aviso; pero pienso que no sólo es difícil dar por escrito una impresión clara de asuntos de suyo complejos, sino que en, este caso sería inútil, ya que Enrique, de viva voz, les transmitirá a usted y a otros amigos íntimos sus impresiones de nuestras conversaciones y les expondrá con fidelidad mi pensamiento... lo que me preocupa es que puedan ustedes sentirse cohibidos de actuar en su esfera personal en la forma que sus conciencias lo dicte; y en este sentido quisiera que sepan —y así se lo he dicho también a Enrique para que se lo transmita— que si bien yo estimo que conviene no .precipitarse demasiado a definir compromisos, por lo menos ostensiblemente, yo respeto y respetaré siempre la decisión de cualquier amigo que creyera deber cívico suyo pronunciarse desde ahora personalmente acerca de tal o cual candidatura. Conviene no olvidar, sin embargo, que el ‘bustamantismo’ es trapo rojo para el gobierno y que éste mirará con recelo y como enemigo a cualquier candidato que en su iniciación se presente apoyado por mis amigos... Y no quiero avanzar más. Yo no he tenido reservas con Enrique. Lo que he rogado a él y les ruego a todos ustedes es que guarden absoluta discreción y reserva ante todo el mundo sobre las conversaciones de Ginebra y todo lo que de ellas pueda derivarse... Yo no he dicho nada. Así, rotundamente. Siempre es preferible silencio a la tergiversación”.

A Bustamante no le interesa ser candidato y no quiere malas interpretaciones sobre su preocupación política. Su mente está en el ‘Mensaje’ que tiene en preparación y en el partido de ideas que puede surgir del manifiesto y de las cartas que va intercambiando con sus amigos de Lima y Arequipa, alentándolos a organizar ‘seminarios cívicos’ para jóvenes y obreros.

Es así como va tomando forma el partido Demócrata Cristiano, partido al que él considera —sin decirlo— consecuencia de su prédica y de sus incitaciones. Se siente parte de él, aunque no piensa inscribirse, hasta que sus amigos le dan cuenta; primero, de tratativas pragmáticas con la candidatura Prado y luego con la de Lavalle. Ese pragmatismo le repugna y no quiere se le mezcle para nada con Prado. Tampoco con Lavalle, aunque expresa aprecio personal por éste. No sólo no cree en ellos, sino que rechaza a los hombres de la extrema derecha. No hay ruptura con sus amigos, pero ya no convergen las ideas de Bustamante con los pasos prácticos de la Democracia Cristiana. Y lo curioso es que en toda la correspondencia —aparte de una fugaz referencia al inicio del proceso— Bustamante no menciona para nada a Fernando Belaunde, el candidato que se enfrenta a Odría y a Prado.

En la primera carta de contenido puramente político, que va a continuación de estas notas, el doctor José Luis Bustamante y Rivero hace una despiadada vivisección del Apra. Es un rotundo rechazo al aprismo que se irá amenguando o suavizándose con algunos matices en las cartas siguientes, pero que sería una constante en su posición política. Postura en la que, con no muchas diferencias, lo acompañó siempre don Jorge Basadre, otro gran preocupado por el destino de este país dé desconcertadas gentes.

Ya se ha publicado el ‘Manifiesto al Perú’ y Bustamante empieza a recibir ataques, tanto del gobierno como del pradismo. Son pocas las voces en su defensa. Se siente solo y duda. Teme que su respuesta a Augusto Thorndike, vocero del pradismo, no se publique y, olvidando la introducción que le puse a la réplica de Thorndike, al ‘Mensaje’, le escribe a Roca: “Es indispensable la inmediata publicación de ese documento, porque ya no puedo callarme ante esa gente. No dudo que el señor Igartua accederá a acoger la carta; y, en todo caso, tengo derecho legalmente a la rectificación”. Es muy posible que cuando escribía esto Bustamante, ya había yo publicado su candente respuesta al ex ministro de Prado.

Leamos con atención estas páginas indiscretas de don José Luis Bustamante y Rivero. Son escritos para la historia y que hago públicas aunque él vuelva a rabiar “por no ser iguales los cuidados que uno pone en la comunicación privada y en la que va al público”. Es justo en estos escritos espontáneos donde más se luce la grandeza espiritual y moral de don José Luis Bustamante y Rivero, un Presidente que tuvo por meta educar al Perú y hacer de nuestra república una democracia.

Oiga 7/02/1994

Jose Luis Bustamante y Rivero

José Luis Bustamante y Rivero

La correspondencia

Ginebra, 29 de julio de 1955

Sr. Don

Benjamín Roca M.

Lima.

Mí querido Benjamín:

Valiéndome de un conducto personal de mi plena confianza, le pongo estas líneas que sólo lamento no le lleguen con toda la celeridad que hubiese querido, pues he debido sacrificar la prontitud a la seguridad.

El objeto principal de esta carta es referirme a su Memorándum (llegado por vía L.S.) sobre mi mensaje y sobre la inconveniencia que a su juicio ofrece la publicación total.

Tengo que comenzar por declararle que desde un punto de vista político, o de circunstancias políticas, comprendo que usted tiene toda la razón; pues ese documento ha de levantar ronchas lejos de despertar simpatías en muchos sectores, y por tanto no ha de contribuir a una labor de unificación de grupos alrededor de mi persona. Pero, a la vez, espero que habrá usted tenido oportunidad de ver un Memorándum (en una especie de clave) que envié a Pepe y posteriormente una carta que escribí a éste, dándole mis puntos de vista al respecto. Después de leídos esos rápidos apuntes, estoy seguro de que, aunque usted siga discrepando de mi criterio, por lo menos habrá encontrado justificada mi posición al insistir en la publicación inmediata del mensaje. En dos palabras: éste no fue escrito para los grupos políticos, sino para el país; mucho menos para grupos políticos conservadores, puesto que mi mensaje es de avanzada; por tanto, esperar para la publicación del documento a que antes hubiese yo entrado en negociaciones con esos grupos, habría sido frustrar la publicación, pues ya yo habría carecido de libertad para decir lo que en aquel digo. De otro lado, mi entendimiento con grupos políticos que en realidad son de ultra-derecha repugnaría a mis convicciones sociales y más tarde le habría quitado al documento toda apariencia de sinceridad. Por otra parte, el documento está escrito con la intención más limpiamente desinteresada, y por lo mismo, para su circulación, yo no puedo ni debo condicionarlo a perspectiva alguna personal mía vinculada a una posible candidatura; creo que mi deber cívico de peruano y de ex presidente es más alto y está por encima de esa clase de aspiraciones. Por todo lo expuesto, me parece que es preferible que antes se sepa bien claro cómo pienso en política: si después se cree útil mi concurso, ya me buscarán; si no me buscan, poco se habrá perdido, porque lo que a mí más me interesa es dejar una semilla en la juventud y en el pueblo sano.

Usted me replicará con razón que hoy lo primero es obtener la unificación nacional contra la prórroga y contra un nuevo gobierno impuesto por Odría. Yo lo acepto, y en este sentido no negaría mi concurso a un movimiento serio cuyo escueto y único objetivo sea ese y el de conseguir una reforma del Estatuto Electoral para garantizar una elección limpia. Pero ya ve usted, por ejemplo: se acaba de lanzar el Manifiesto a que usted me alude al final de su Memo, y entre cuyas firmas figuran las de muchos y muy respetables amigos míos. Yo encuentro ese documento correcto en su forma y limpio de intención; pero entre otras cosas propicia una amnistía general. Yo, la verdad, no estoy seguro de que esto no vaya más allá de lo que conviene al país y aún más allá de lo que han querido algunos dedos firmantes del Manifiesto. La amnistía general significa devolver la legalidad al Apra, darle carta blanca a ese partido para volver a actuar sin antes cambiar su orientación totalitaria, ponernos de nuevo, en suma, frente al peligro de caer bajo una nueva dictadura aprista. Ya usted ve cómo a veces el impulso inicial de generosidad, la vehemencia política o la falta de un análisis más hondo llevan a elementos excelentes y centrados a propiciar soluciones extremas y a hacerse, en cierto modo e involuntariamente, instrumentos de las fuerzas disolventes. Yo he pensado de distinta manera: los apristas, como ciudadanos, pueden y deben votar y pueden ser elegidos si no están judicialmente condenados o constitucionalmente impedidos; pero el Apra, como partido, no puede actuar en el proceso electoral mientras no haya reformado su constitución interna o estatutos bajo pautas democráticas trazadas por una ley o una enmienda constitucional. El día que hayan desaparecido del Apra la organización, vertical, los búfalos, los dorados, las células con deliberaciones secretas, los códigos penales internos, las ‘barras’ parlamentarias a consigna, los métodos de intimidación callejera, las bombas y petardos, el ‘endoctrinamiento’ de la niñez y juventud escolares, las milicias, la captura política de los sindicatos, las renuncias parlamentarias en blanco, los juramentos de fidelidad, etc., yo seré el primero en reconocer que la nueva Apra o como se llame el partido reformado, es ya un partido democrático. Pero entretanto, seguiré creyendo que hice bien al declarar en 1948 que ese partido se había puesto con sus hechos fuera de la ley, y que no debe volver a actuar siguiendo los mismos métodos.

Ahora viene un segundo punto interesante. Creo que aunque comprendamos que la publicación de mi mensaje frustre la unión con otras fuerzas, o con otros grupos de la capital, no por eso debemos darnos por vencidos y creer que nuestro grupo ha perdido su gran oportunidad. Entendamos por ‘oportunidad’ no la ocasión de que mi nombre pueda volver a sonar como un posible candidato, sino la ocasión de que mis ideas puedan fructificar en un medio sano y abonado para suscitar en el país un movimiento cívico nuevo de verdadero bien nacional. Y en este aspecto es en el que me parece está cifrado en el momento actual EL MÁS GRAVE DEBER DE MIS AMIGOS: en procurar que, a base del mensaje y sus ideas, se aglutine una fuerza joven y obrera, realmente popular y democrática, en Lima y fuera de Lima, en todos o en los principales departamentos. Para esto, juzgo indispensable que usted y mis amigos tomen contacto con aquellos elementos también amigos nuestros que están en la Universidad y que tienen contacto con los sindicatos obreros. Javier es profesor de La Católica y puede saber qué jóvenes dirigentes de valía hay allí. Luis Bedoya, Skinner, Alfonso Baella, Pacheco Vélez son excelentes muchachos, varios de los cuales tienen contactos obreros. En Arequipa están Cornejo Chávez, Jaime Rey de Castro, Ramírez, Flórez Barrón (temo que Mario Polar, el más valioso sin duda, no pueda figurar por sus cargos profesionales). Y así en otros lugares. A base de la idea de los ‘seminarios’ de investigación, se puede organizar muy pronto un estupendo movimiento social electoral.

He sentido que ‘Caretas’ no haya publicado sino la mitad del mensaje. Temo que la aparición de la otra mitad sea entorpecida por el gobierno. Además, es lamentable que el temor haya obligado a mutilar en la primera parte el párrafo en que atacaba la inmoralidad administrativa reinante ([1]). Esto me lleva a rogarle me avise usted de inmediato si a su juicio es hacedera o no la publicación del folleto o de volantes o de ambas cosas a la vez, del mensaje íntegro; porque si a la postre no va a poder publicarse en el Perú, yo quiero hacerlo imprimir en el extranjero. Para esto, unas frases-claves nos permitirán entendernos. En su próxima carta, si la publicación del mensaje en un folleto de gran tirada no es posible, me dirá usted “no es posible conseguir la casita en Barranco”. Si tampoco hay esperanza de hacer circular volantes con el mensaje total (no el extracto) me dirá usted, agregando a la frase anterior “no es posible conseguir la casita en Barranco ni en Chorrillos”.

Lo que más me ha preocupado en su memorándum es su anuncio de que “lo probable, por no decir lo seguro, es que Ud. no vuelva a intervenir más en política”. Yo me pregunto si esta decisión suya obedecerá a que su discrepancia con mi actitud política (no de principios sino de métodos) es tan radical que no se siente Ud. en posibilidad de compartirla; o si se debe a las ingratas y duras experiencias que la política le ha dejado en los años pasados. Lo primero, me dolería intensamente, si bien creo que entre nosotros no puede caber ninguna radical discrepancia estando como estamos identificados en el común anhelo de contribuir a formar un Perú mejor. Lo segundo me lo explico desde un punto de vista humano y práctico; aunque me pregunto cómo podría hacerse en nuestro país algo de provecho si sus mejores elementos como usted se ponen al margen de la conducción política. Yo creo, Benjamín, que el aporte que usted puede dar a nuestra política con las dotes extraordinarias que Dios le ha dado en concepción clara de las cosas, en visión de los problemas, en intuición del porvenir, en ductilidad para el trato de hombres, en capacidad de iniciativa, en lucidez de planteamientos, en genio organizador y en golpe de vista financiero, es un aporte insustituible y que en un momento dado no podrá usted negar. Vaya usted meditándolo para cuando llegue su hora.

Quiero referirme por último a la indicación que usted me hace y que también me hacían en el otro Memorándum que me enviaron todos los amigos sobre la posibilidad de un viaje mío inmediato al Perú, sea para tomar en mano la campaña en pro de elecciones limpias, sea incluso para incorporarme al Senado. Creo, como usted, que la publicación de mi mensaje habrá puesto reticentes o en bando opuesto a varios grupos políticos, y que por lo mismo se habrá roto la ilusión de los primeros instantes acerca de la factibilidad de ese viaje. En todo caso, creo que este asunto hay que manejarlo con extrema prudencia, pues así como podría realmente dar efectos valiosos dentro del actual movimiento cívico, puede también llevarnos y llevarme a un fracaso si el éxito de esa postura no ha sido debidamente sopesado previamente. De todos modos, y a propósito de las sugestiones de detalle que ustedes me sugieren debo decirle: a) A mí no me parece bien el que yo vaya a presentarme a un Cónsul que es representante del gobierno de Odría para pedirle visa. Llegado el caso, lo que tendría que hacer es anunciar públicamente a algún periódico de allá mi intención de ir, a fin de que ese anuncio suscitara una autorización de Lima a la Legación en Berna (pues tengo derecho a visa diplomática y no consular). Otro medio podría ser una gestión de un grupo numeroso de amigos políticos para que se levante la prohibición de visación que hoy existe. b) Le confieso que no me alucina la idea de una nueva ‘entrada de Cocharcas’ al llegar al Perú, yendo primero a Arequipa, etc. Esa sería una entrada de candidato, casi diría de auto-candidato. Yo quiero ser el hombre llano que, llegado el caso, iría allí a cumplir una misión cívica, sin bombo, por deber. c) Reitero que me reservo, a base de las informaciones de ustedes sobre la evolución de los acontecimientos, decidir acerca de este punto y de su oportunidad. Entretanto, sólo deseo que tenga en cuenta esto: no rehuyo la actitud ni la temo; pero no quiero ir a un fracaso. Mientras no sepa que hay una fuerza voluminosa, respetable, entusiasta, valiente y decidida —y ojalá no únicamente de nuestro grupo, sino de otros afines en pensamiento o en similitud de circunstancias— capaz de meterse a fondo en un movimiento cívico pro-elecciones limpias y capaz de apoyarme ciento por ciento en él, sería prematuro y hasta insensato un viaje mío.

Creo, Benjamín, que ya he ‘vaciado el saco’. Le he dicho todo lo que tenía dentro, a propósito de estos asuntos que venimos tratando con ese angustioso sistema de ‘medias palabras’ a que nos obliga el temor a la censura. Lástima que no sean frecuentes las oportunidades de escribirle como hoy, libre de ese temor. Con todo, a falta de amigos, puede usted seguir dirigiendo sus cartas reservadas a la dirección consabida. Y como también me da un poco de recelo que se emplee con mucha frecuencia ese conducto, podría usted de cuando en cuando usar este otro, pero cuidando de poner doble sobre, esto es, un sobre interior dirigido a mí:

Mme. B. Kugler

19, Promena de Ch. Martin (Malagnou). Geneve (Suisse).

Abrazos.

J.L. Bustamante.

([1]) No fue porque se atacara “la inmoralidad administrativa reinante” que suprimí un párrafo del Mensaje de Bustamante —dejando bien puntualizado que el corte se debía a la draconiana legislación de la dictadura— sino porque, el doctor Bustamante incorporaba a las Fuerzas Armadas en esa ‘inmoralidad administrativa’ y el ‘desliz’ sí hubiera imposibilitado la publicación de la segunda parte del mensaje: en esos momentos significaba cárcel segura e inmediata clausura de la revista cualquier referencia que molestara a los militares. Y no por temor sino por realismo político evité que la dictadura clausurara la única publicación que se le enfrentaba y volviera yo a la cárcel y el destierro. (En 1952 había yo sufrido cárcel y destierro a Panamá por haber salido en defensa del doctor Bustamante) F. lgartua.

Oiga 7/02/1994

Jose Luis Bustamante y Rivero

José Luis Bustamante y Rivero

La correspondencia

Ginebra, 27 de septiembre de 1955.

Mis queridos amigos:

Mi hijo me ha traído, a su regreso del Perú, sugerencias de varios de ustedes sobre la conveniencia de contemplar mi retorno al país para fundar un núcleo que recoja nuestros ideales políticos y para hacerme presente en la campaña cívica abierta en pro de la obtención de garantías efectivas durante el próximo período electoral.

Me ha hecho conocer también el deseo que anima a un apreciable grupo juvenil de verse organizado a corto plazo, no sólo para emprender el programa de estudios sociales que he auspiciado en mi mensaje de julio, sino para actuar políticamente en la lucha electoral que se avecina.

Las duras experiencias recogidas de mi paso por la política no me mueven, por cierto, desde un punto de vista personal a enrolarme de nuevo en ella; pero comprendo, a la vez, que desde un punto de vista cívico cabe considerar el deber que en este momento puede incumbirme de cooperar a esos objetivos, reclamados por el interés nacional. Y ante un requerimiento de esta índole, mi reacción no puede ser negativa. Comparto, además, el criterio del elemento joven en el sentido de que la vibración que suscitan las actividades electorales puede representar ahora un factor de aglutinación y entusiasmo en el nacimiento de la nueva agrupación política; al paso que después de realizadas las elecciones, las cosas vuelven a su cauce, la euforia cívica se aquieta y falta calor al ambiente para esta clase de trabajos políticos.

He sabido también que ustedes juzgan hoy más factible, mi regreso en vista de las manifestaciones hechas por Odría en su mensaje del 9 de septiembre, interpretadas por el órgano oficial la Nación’ como un anuncio de que se permitirá volver al Perú a los desterrados políticos no incursos en la Ley de Seguridad.

Ustedes habrán observado, sin duda, que la interpretación de la Nación va bastante más allá de las palabras del mensaje oficial, por lo cual aquel comentario debe tomarse con reservas y sin demasiado optimismo. No obstante, me doy cuenta de que una gestión mía planteando mi regreso serviría para descubrir la verdadera intención del gobierno y compulsar el grado de seriedad de su oferta de garantías. Solicitaré, pues, un visado de reingreso.

Pero creo que una elemental sensatez aconseja condicionar mi vuelta al Perú a la existencia de ciertas circunstancias —ya del ambiente externo, ya del seno íntimo de nuestro grupo— que permitan atribuir viabilidad a los objetivos del proyectado viaje. Sería lamentable que mi presencia, lejos de ayudar al éxito de lo que creemos ser ‘la causa nacional’, perturbara posibles soluciones. Por otro lado, debe quedar establecido hasta qué punto el aliento que yo preste a la organización política cuya fundación se proyecta contará con el respaldo de una determinación seria, firme y previamente sopesada por sus componentes. La creación de un partido implica sacrificios, dedicación, acción decidida. Si unas y otras condiciones no existen, huelga cualquier intervención mía.

Y éste me parece el lugar adecuado para despejar todo equívoco sobre la forma en que, llegado el caso, me propongo intervenir. Actuaré en mi esfera privada, como simple ciudadano, en un plan de cooperación personal o, si se quiere, de docencia cívica. Esta posición es, sin duda, la más a propósito para dar mayor altura a mi tarea y me permitirá mayor independencia para trabajar por la liberación moral y política del Perú.

Gobierno y pradismo son las dos fuerzas que hasta hoy parecen retener la exclusiva de la actividad preelectoral. Reiteradamente se ha dicho que podría hallarse en gestación una tercera fuerza, producto de la coalición de aquellos grupos que combaten al gobierno y que son desafectos a Prado. Ignoro si tal rumor ha llegado a objetivarse y si los integrantes de esa alianza han buscado el apoyo individual de mis amigos. Quiero sólo formular una hipótesis. Sabido es que mi mensaje ha levantado resistencias en muchos sectores. No es extraño que esta circunstancia inspire a algunos de los grupos de la posible coalición una actitud de repulsa a mi participación en ella. Puede haber también otra clase de motivos políticos que a los ojos de algunos hagan preferible mi exclusión: la presencia de un ex Presidente derrocado es casi siempre un trapo rojo que concita las iras incontroladas del usurpador del Poder, quien trata de aplastar cualquier empresa en que aquel intervenga. Pues bien: deseo que se sepa que no tengo ningún empeño en figurar. Si los fines de la coalición son rectos y patrióticos —aunque no entrañen ideas sociales todo lo avanzadas que quisiéramos— puede ser conveniente que mis amigos se incorporen a ella aun sin participación mía. Hay que prever esta situación y sondear la posibilidad de que se produzca antes de dar yo el paso de mi regreso.

Permítaseme una conjetura más. Sea que nuestro Movimiento haya de actuar solo o incluido en una convención electoral, cabe la eventualidad de que por no llegar a plasmarse una tercera candidatura de oposición, queden solos en la arena el candidato gobiernista y Prado; y de que entonces la coalición o los elementos del Movimiento mismo opten, como caso extremo, por apoyar al segundo como expresión de rechazo al primero. A esto se ha dado en llamar “evitar el mal mayor”. Personalmente creo que una verdadera oposición debe alzar su propia bandera aunque vaya a la derrota; pero yo podría objetar una decisión de mis aliados o de mis amigos en favor de Prado sin incurrir en una coacción de su libertad cívica. Por eso ruego a los segundos que, si tal emergencia se previera, me hagan desde ahora la merced de relevarme de toda intervención en la organización del Movimiento o en el proceso político peruano. Convicciones muy arraigadas me vedan tener actuación ninguna en trabajos que pudieran desembocar en semejante solución.

Y ahora, miremos dentro de casa. No podemos ocultarnos a nosotros mismos que algunas de las ideas sociales y económicas expuestas en mi mensaje de julio han suscitado controversia en el seno mismo de nuestro grupo. Algunos de los nuestros consideran aquellas ideas demasiado avanzadas o inaplicables; otros las aceptan y querrían verlas puestas en obra. Fenómeno, por lo demás, perfectamente legítimo y democrático; pero no por eso menos cargado de consecuencias en lo que atañe a la unidad espiritual del grupo. Pienso que es ésta una materia acerca de la cual deberán —con plena libertad— pronunciarse mis amigos al tratar de dar programa al Movimiento político que se tiene en mientes. Yo no fijo cartabones ideológicos inflexibles: enuncio, sí, una orientación general francamente socializante, acerca de la cual no creo existan discrepancias. Cabría, pues, concebir la adopción inmediata de un conjunto de enunciados mínimos inspirados en las ideas éticas, sociales y políticas que llevé al gobierno; y someter, con plazos perentorios, a los ‘seminarios de investigación’ del propio Movimiento el estudio referente a la proporción y al ritmo con que deben proclamarse los objetivos realizables del que se diría plan máximo (reforma agraria, reforma tributaria, etc.) —Presumo que se considera incluidos entre los enunciados iniciales o mínimos temas tales como la descentralización, las cooperativas indígenas, la asignación al indio de tierras no aprovechadas y vacantes, la intensificada intervención de los organismos técnicos internacionales en los planes de mejoramiento indígena y social, etc.

Si nuestro movimiento ha de actuar dentro de alguna coalición electoral, la designación de la persona del candidato a la Presidencia debe ser objeto de su más grande preocupación. Debe exigirse que se escoja una figura personal y políticamente respetable. Es posible que, como producto que aquella designación ha de ser de la opinión de grupos disímiles, esa figura no llegue a colmar enteramente nuestras aspiraciones; pero por lo menos deberá ostentar un pasado limpio, ejecutoria de honestidad, convicciones democráticas, rectitud e independencia de carácter y cierto grado de sentido social acorde con la época.

Si el Movimiento ha de actuar solo y no dentro de una coalición, podría parecer excesiva la postura de lanzar un candidato propio a la Presidencia; pero sí debe pensarse en una lista propia de senadores y diputados por algunos departamentos y provincias, a fin de tomar desde ahora posiciones políticas y contar con un respaldo parlamentario, aunque sea reducido, para sus iniciativas programáticas. Esta aspiración debe ser planteada a los aliados si el Movimiento actúa en coalición.

En lo que concierne DIRECTIVAS, me parece que nuestro grupo debe, de inmediato:

a) Cohesionarse o aglutinarse en la escala más amplia posible, restableciendo el contacto entre sus dos sectores, maduro y juvenil.

b) Abrir contactos inmediatos con universitarios y obreros.

c) Constituir su directorio con elementos de ambos sectores e incluyendo miembros del grupo de Arequipa, único lugar de provincias en que mis amigos han mantenido cierta cohesión y actividad.

d) Buscar una denominación que elimine el sentido personalista que suscita el uso de mi apellido. Lo ideal sería encontrar un nombre que exprese realmente nuestra idea-madre: “Movimiento destinado a impulsar la FORMACIÓN DEMOCRÁTICA del país”.

e) Buscar personal para los comités departamentales y provinciales.

f) Encargar a una comisión de expertos la confección de un proyecto de reforma del Estatuto Electoral para presentarlo al Parlamento.

g) Establecer de inmediato canales de información con los otros grupos políticos para poder diagnosticar con precisión el estado actual de la realidad electoral y de las posibilidades de un movimiento de oposición.

h) Preparar una lista parlamentaria del grupo.

Pido a ustedes, estimados amigos, acepten esta carta como expresión de mi voluntad de colaborar en el cumplimiento del deber cívico que la nación nos demanda a todos en este momento. La forma y alcance definitivos de mi colaboración dependerán de si se me permite o no regresar al Perú y de los datos que ustedes tengan a bien enviarme -dentro del más breve lapso posible- sobre las cuestiones planteadas en esta carta.

Me suscribo muy cordialmente de ustedes, como invariable y deferente amigo,

José Luis Bustamante y Rivero.

Oiga 7/02/1994

Jose Luis Bustamante y Rivero

José Luis Bustamante y Rivero

La correspondencia

Ginebra, 19 de setiembre de 1955

Sr. don Benjamín Roca M.

Lima

Confidencial

Mí querido Benjamín:

Quiero que esta carta sea confidencial. Para usted nada más. Sólo así podré expresarle sin reservas mi pensamiento, como pienso hacerlo. Debí haberla escrito hace ya varios días; pero el temor de la censura me ha contenido. Hoy aprovecho del viaje de una persona conocida. Trataré de ser breve, porque el mensajero parte a mediodía.

He pasado algunas semanas desagradables, de tensa desorientación. Comprendo que el haber publicado mi mensaje contrariando la opinión y la advertencia de muchos de mis mejores amigos (debido a una discrepancia conceptual que para mí era, además, un ‘caso de conciencia’); tenía que crearnos cierta situación embarazosa. Pero también pensé que este episodio no podía afectar en nada nuestra estrecha vinculación espiritual, nuestro común fervor peruanista ni nuestra estimación amistosa; y que, por consiguiente, a la hora en que se tratara de defenderme —no ya en cuanto a la orientación del mensaje sino en cuanto a mi línea de gobierno o a mi conducta personal— todos ellos o, en su nombre, los más caracterizados saldrían a mi defensa.

Estoy seguro de que, en efecto, nuestra relación personal, nuestra amistad profunda no han sufrido en lo menor. Pero le confieso, Benjamín, que he echado de menos esa tan grata y consoladora sensación de compañía en los momentos amargos en que el odio político y la pequeñez humana se han cebado contra mí so pretexto de mi mensaje. Me he sentido abrumadoramente solo.

Mi mensaje ha merecido réplicas de todas clases: oficiales y partidaristas. Pero expresiones de reconocimiento de su finalidad patriótica (fíjese usted que no digo de aprobación de su contenido) no he recibido ninguna de parte de mis amigos, excepción hecha de los cables de usted y Enrique. Son elementos extraños, como ‘Caretas’, como Barboza, los que han glosado con elogio. Usted me anunció confidencialmente que se preparaba la firma de un cable de felicitación que contenía una segunda parte, alusiva a la conveniencia de mi vuelta al Perú. Yo le objeté únicamente esa segunda parte, porque me pareció que su contexto se prestaba a interpretaciones y porque me parecía mejor que, llegado el caso, fuese yo quien anunciara mi decisión de volver. Pero ningún reparo puse a la primera parte. Jamás he demandado una felicitación para mí; pero la que generosamente se me anunciaba, me pareció natural y aún necesaria para remarcar escuetamente los móviles altos que habían inspirado el documento y también para exteriorizar la cohesión de nuestro grupo. Por fas o por nefas, el cable o mensaje postal no ha llegado a hacerse. Tal vez por dificultades para recolectar firmas... A estas alturas, dos meses después del mensaje, el darle curso resultaría francamente fiambre. Consecuencia política de este episodio: sensación en el público sobre la soledad de Bustamante o sobre la debilidad temerosa de sus amigos.

Sobreviene la refutación oficial de Faura en la Cámara. Allí no se trataba ya de discutir aspectos ideológicos del mensaje. Ni de enjuiciar su oportunidad o inoportunidad política. Se trataba de no permitir que quedaran en pie cargos innobles o falsos contra mi gobierno, contra mi línea; gobierno y línea en los cuales habían sido colaboradores míos veinte o más ministros, a los cuales tocaban también los ataques del diputado odriísta. Era obvio esperar una reacción de algunos de esos ministros, de algún representante suyo, de alguien que sacara la cara en defensa del prestigio de nuestro gobierno. Pero nada: silencio.

La policía se incauta de casi toda la edición del folleto de mi mensaje. Es Bedoya, solo, quien sale al frente. Posiblemente hubo una delegación de mis amigos; pero la carta al Director de Gobierno no lo dice. Y ahí sí que se dejó escapar de las manos una oportunidad única para poner en descubierto al gobierno, para redactar un documento de altura y de tremenda repercusión política. Porque se trataba de defender la ley de imprenta (no de defender un mensaje con cuyos términos podía o no estarse de acuerdo). Mil veces se ha dado el caso en Lima que cuando un periódico enemigo o izquierdista ha sido suspendido o clausurado, o cuando se ha deportado a uno de sus directores. La Prensa y El Comercio han protestado. Yo creo que una protesta con 100 firmas, o con 50 firmas, de amigos míos connotados, denunciando simplemente el ataque a la libertad de imprenta (sin pronunciarse sobre el mensaje mismo), no sólo procedía desde el punto de vista amistoso y de solidaridad espiritual, sino que hubiera levantado roncha en el ambiente político y habría dado una tónica de vigor y de entereza, sin el menor asomo de peligro de represalias gubernamentales, porque ni Odría ni Esparza se habrían atrevido a hacer nada. Nada le hicieron a Bedoya.

Y luego viene la carta de Thorndike: villana, artera, solapada, pretendiendo desfogar por el canal de la palabra de un “simple ciudadano peruano” todo el veneno del pradismo. Silencio también. Y eso, pese que allí no sólo se combaten algunas de las ideas programáticas de mi mensaje: sino que se me ataca personalmente, se me llama protervo y demagogo, se me acusa de insultar al pueblo y se falsea a ojos vistas el sentido de muchos de los pasajes de mi documento. Yo creía que en este caso salir al frente por parte de mis amigos era un deber: porque ellos saben que soy limpio; que lo que menos tengo es ser demagogo; porque ellos podían descubrir por sí mismos el falseamiento que se hacía de mis frases y, por tanto, la calumnia de que se me hacía víctima. Además, en este caso no se corría el riesgo de chocarse con el gobierno, porque no se iba a refutar al gobierno, sino a un pobre señor a quien se ha escogido como vocero de un grupo político enemigo o quien desea ganar indulgencias de ese mismo grupo. Sin embargo, yo me equivoqué. Yo estaba equivocado al esperar esa reacción de mis amigos; y tuve que escribir por mí mismo, venciendo mi depresión, una carta de refutación a Thorndike... A propósito, le he mandado a usted esa carta por dos conductos. Es indispensable que Caretas la publique.

¿Se ha puesto usted a pensar, Benjamín, en lo que sucedería si yo sólo tuviese que hacer frente, día a día, a toda esa clase de ataques? ¿No acabaría por sentirme abrumado, y hasta materialmente inhabilitado de hacerlo por falta de tiempo? ¿Y ha pensado usted en cómo me gastaría si tuviese que publicar bajo mi firma una carta por semana para rechazar ataques o rectificar tergiversaciones? Ante esta realidad, llego a pensar que lo mejor del mundo es enmudecer: no volver a ocuparse de nada; dejar que el país siga su rumbo...

Pero no puedo conformarme con esa solución, que no es solución. La conciencia la rechaza. Y por eso quiero agregarle en esta carta sólo dos cosas más.

Me pide usted en su último memo que le diga íntima y francamente si en realidad yo deseo actuar en la política o si prefiero ya retirarme —después de haber cumplido mi deber— a gozar de la amable tranquilidad de mi hogar y mis libros. Mi respuesta es ésta: usted sabe como el que más que nunca he tenido inclinación política; que no tengo ambición política. Pero creo que admitirá usted que por obra de la realidad de la vida, por lo que he sido en mi país, por las doctrinas que he predicado, por el ascendiente moral que acaso pueda tener, yo tengo responsabilidades y deberes políticos. Sobre todo con la juventud. Y aunque me sería mucho más cómodo y estaría más en consonancia con mi temperamento (que se asquea ante la intriga y la falsedad de la política) el dar un puntapié a esta última y dedicarme egoístamente a lo mío, no haré tal y estaré siempre dispuesto a trabajar —ciertamente con sacrificio— porque el Perú sea, al fin, un país decente y organizado, si realmente me convenzo de que una intervención mía ha de ser útil y, sobre todo, ha de ser circundada en forma que ofrezca expectativas de éxito. Al hablarle así me refiero a la posible organización de un movimiento juvenil que llegue a ser con el tiempo la base de un gran partido democrático de franca tendencia social, y que en el momento actual esté decidido a intervenir en el proceso de las elecciones. Estas consideraciones me llevan a tocar un punto sobre el cual en pocos días les escribiré una carta más extensa a usted y á todos mis amigos, pero que desde ahora quiero anticiparle: hay que ampliar nuestro grupo, incorporando a él a ese elemento joven que es conocidamente adicto a mí y que con motivo de mi mensaje ha reiterado su adhesión y su entusiasmo. Desgraciadamente, en todos estos años no ha habido contacto estrecho ni constante entre mis amigos caracterizados o maduros y esos elementos jóvenes. Ese contacto, hay que buscarlo a través de una o dos personas muy nuestras que tengan conexiones con las universidades, los profesionales nuevos, ciertos sindicatos, etc. Luis Bedoya es, a mi juicio, el hombre mandado hacer para ello. ¿Se da usted cuenta ahora, Benjamín, de cuánta razón tenía yo al predicar, desde que salí del Perú, sobre la necesidad de formar los “seminarios de investigación y estudio” que mantuviera viva la llama de nuestros ideales políticos y prepararan, a la vez, un precioso acervo de datos y conocimientos sobre la realidad peruana, que ahora nos serían tan útiles? Hoy tendríamos ya prácticamente formado un partido: con elementos jóvenes preparados y con un programa económico-social en función de nuestra propia realidad nacional.

El otro punto es el relativo a mi regreso al país, de que me habla su último memorándum. De más está decirle que ese paso dependería en mucho de la solución que tenga el asunto de que trato en el párrafo anterior. Si mi presencia es necesaria para algo positivo, allí estaré. Si no hay probabilidades de una cosa seria, grande y decidida, usted comprenderá que no me es grato compartir el techo nacional con quien me echó fuera de la casa. Ustedes leerán mi carta, me informarán ampliamente en su respuesta, y con esos elementos decidiré. Por lo pronto, quiero hacerles notar a usted y los 13 buenos amigos que han conversado al respecto, que no hay que olvidar dos detalles: a) que el editorial de La Nación atribuye al mensaje de Odría un alcance mucho más amplio que el que sus palabras textuales tienen en el mensaje referido. Falta saber si La Nación da a esas palabras su verdadera interpretación o, según yo lo creo, otra mucho más amplia y acaso no aprobada por Odría, b) que mi caso no es el mismo del de los deportados corrientes a quienes se aplicó la Ley de Seguridad; porque yo he salido, no en aplicación de esa ley, sino antes de que ella existiese, por dictado personal exclusivo del caudillo militar de la revuelta y antes aún de estar constituido un gobierno de facto. Con todo, comprendo que hay razones importantes que harían aconsejable el hacer pública mi voluntad de volver al Perú, sea o no aceptada por el gobierno esa decisión mía; y por eso les agradeceré me envíen, inmediatamente que se produzcan, los datos sobre cualquiera medida que adopte el gobierno sobre otros deportados políticos, no apristas y apristas.

Perdone usted, Benjamín, que haya sido tan largo y sobre todo tan crudo. Pero no me habría quedado tranquilo callándole lo que pienso y siento. Estimo que tanto para evitar resentimientos e incomprensiones que a nada conducirían, no es conveniente extender el conocimiento de lo que aquí le digo a nuestros demás amigos; pero sí es conveniente que usted lo sepa, para que si vuelve a presentarse el caso, usted pueda orientarlos con su consejo y sus reflexiones. Espero, como le he dicho, mandarle en estos días una carta colectiva extensa. Mándeme una dirección postal segura. Mil afectos a todos los suyos y un abrazo para usted.

J. L. Bustamante.

P.D. Hoy le escribo a Bedoya para que reclame ante la Dir. de Gbno., la devolución de los folletos incautados, en vista de la afirmación que Odría hace en su mensaje de que hay completa libertad de prensa. Es un tanteo, para evitar el nuevo fiasco de otra incautación de la segunda edición proyectada. No hay que precipitarse.

Oiga 7/02/1994

UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO
ÁLVAREZ GILA Oscar, ANGULO MORALES Alberto, RAMOS MARTÍNEZ Jon Ander (dirs.). Devoción, paisanaje e identidad. Las cofradías y congregaciones de naturales en España y América (siglos XVI-XIX), Bilbao, Universidad del País Vasco (978-84-9860-962-2).

sábado, 27 de octubre de 2012


MENSAJE DEL PRESIDENTE CONSTITUCIONAL DEL PERÚ,
DOCTOR JOSÉ LUIS BUSTAMANTE Y RIVERO,
ANTE EL CONGRESO NACIONAL, EL 28 DE JULIO DE 1946

Señores Representantes:

Hace un año, en un día como hoy, asumí la primera magistratura del Estado en virtud del mandato que me confirió el pueblo en los comicios generales del 10 de junio de 1945.
De conformidad con lo prescrito en el artículo 149 de nuestra Carta Política, me corresponde dar cuenta de las labores del Gobierno durante el primer año de su ejercicio constitucional.
El mensaje que, a tal efecto, presento a la consideración del Congreso, constituye un documento minucioso y extenso. La naturaleza de esta sesión inaugural de la Legislatura Ordinaria de 1946, no permitiría absorber la atención de las Cámaras con la lectura exhaustiva de ese mensaje. He de limitarme, por eso, en un discurso resumen, a exponer las líneas generales de la política gubernativa; a tocar, en breve síntesis, algunos de los principales asuntos que ha encarado la administración; y a formular mis propias reflexiones sobre los problemas que considero vitales para la marcha del país.

RELACIONES ENTRE LOS PODERES
El Ejecutivo ha inspirado sus relaciones con los Poderes Legislativo y Judicial en un criterio de respetuosa convivencia y de patriótica colaboración, dentro del concepto de elevada autonomía coordinada por un fin común que consagra al respecto la Carta fundamental.
En lo que específicamente se refiere a sus relaciones oficiales con el Parlamento, mi Gobierno no ha hecho política parlamentaria en el sentido que entre nosotros ha sido tradicional, de buscar el apoyo de uno o varios sectores o de influir más o menos marcadamente en la orientación de las decisiones camerales. Dos  causas bien conocidas han determinado esa actitud. En primer lugar, desde mi época de candidato enuncié la necesidad de reconocer al Legislativo toda la prestancia de su fuero, eliminando intromisiones gubernamentales que pudieran menoscabar la augusta independencia de criterio de los Legisladores o presentar al Parlamento como un simple reflejo de la voluntad unipersonal del Presidente. En segundo lugar, las circunstancias en que advine al poder eliminaban por sí solas la posibilidad de erigirme en inspirador de un núcleo parcial  de Representantes; pues que habiendo emanado mi elección del voto de ciudadanos pertenecientes a variados sectores populares y habiendo yo preconizado un Gobierno de armonía y cohesión nacionales, con un sentido  de elevación política que rebasa los conceptos de partido y de predominio personal, estaba en el deber de rendir idéntica consideración y tratamiento a todos los elementos parlamentarios, a título de personeros nacionales y de respetarlos en principio y sin distingo como potenciales colaboradores de los limpios fines del régimen que instauré.
Bajo este concepto, soy un hombre sin partido, cuya única fuerza estriba en su fidelidad al programa trazado, fuerza que, en mi concepto, representa en el campo de las influencias parlamentarias mucho más que la jefatura mental y preestablecida de un grupo de adherentes.
Pero, al mismo tiempo, me doy exacta cuenta de que el Presidente de la República es, por razón de su cargo, el director de la política nacional, considerada la frase en su amplio y noble sentido de orientación de la marcha del país hacia sus esenciales destinos. Y desde este punto de vista, la labor presidencial requiere coordinación y  entendimiento con el Poder Legislativo, sea para imprimir el sello  de la ley a sus iniciativas, sea para suministrar el aporte de sus datos técnicos o de su propio criterio en la elaboración de los proyectos surgidos dentro de las Cámaras. Considerado este aspecto de la vinculación entre los dos poderes, admito y estoy decidido a fomentar un constante contacto con la Representación parlamentaria, sea para promover, en gestión llena de dignidad,  la acogida de los proyectos del Gobierno, sea para expresar, con honesta libertad democrática, mi discrepancia con aquellos otros surgidos de las Cámaras mismas que ofrezcan algún reparo constitucional o realista, y procurar que mis observaciones, recogidas por quienes se sientan afines a mi pensamiento, sean materia de debate. La forma de convivencia que esta política establezca no sólo es ajustada a las directivas de la organización republicana, sino que hará honor al proceder de ambos altos organismos; pues ha de surgir entonces la solidaridad del Gobierno con tal o cual sector legislativo de  la coincidencia doctrinal de los criterios y del puro propósito común de bien nacional antes que de pactos previos de incondicional colaboración. Pienso que es harto más sólida la posición de un Gobierno que funda sus demandas en la pureza de su línea y en los resortes del buen criterio y de la recta conciencia, que en la armazón artificiosa del compromiso político.
Así la libertad de acción de ambos poderes tiene legítimo resguardo;  y así se garantiza enteramente, al  margen de todo interés subalterno, el control y el acierto de la obra que el pueblo ha confiado a sus dirigentes.
Las oficinas del Gobierno han atendido esmeradamente los variados pedidos de informe que, por acuerdo de las Cámaras o a solicitud individual de los señores Representantes, les fueron trasmitidos.
Como Presidente de un régimen llegado al poder bajo  la divisa de la unidad nacional, los diversos sectores parlamentarios han merecido por igual mi deferente disposición de ayuda en las gestiones que sus miembros tuvieron a bien someter a mi despacho, para satisfacer necesidades administrativas de sus respectivas circunscripciones.  He procurado siempre tomar en cuenta, como valiosos elementos de juicio, las sugestiones de ellos recibidas; y espero haber contado con su comprensión  de espíritu en aquellos casos en que razones me privaron de deferir a sus deseos.
La experiencia recogida durante el último año, de intensa y pocas veces superada actividad parlamentaria, me ha dado la convicción de la necesidad de un efectivo concierto entre los dos  poderes, Legislativo y Ejecutivo, para perfeccionar la coordinación de sus labores. Estoy seguro de que en este orden la Legislatura que hoy se inicie puede  lograr proficuas realizaciones. Por ejemplo, el envío al  Gobierno de una copia de los proyectos de ley que se presenten en las Cámaras, apenas ingresados a la Mesa, permitiría al Ministerio respectivo exponer con la debida oportunidad  sus puntos de vista sobre ellos, en los casos importantes en que tuviere alguna sugestión que formular. La discusión de los proyectos que versan sobre materias técnicas vinculadas con la administración del  Estado, es susceptible de facilitarse y contar con un caudal más completo de datos ilustrativos mediante el trámite de petición de informe al Ejecutivo por las respectivas Comisiones Parlamentarias.
Por último, la remisión al Ejecutivo de las versiones taquigráficas oficiales de las sesiones constituiría un medio útil de captar el desarrollo de los debates y el curso de los proyectos en fuentes más completas y auténticas que los simples extractos periodísticos. Tales formas de colaboración podrían garantizar el estudio exhaustivo de los asuntos y el acierto de las leyes, que ambos poderes persiguen con explicable empeño.
Está pendiente de la resolución del Congreso la atingencia que formulé en abril último sobre la subsistencia del veto presidencial. Expuse ya en ese entonces las razones de principios y de derecho positivo que, a mi juicio, respaldan el mantenimiento de esa prerrogativa. Quiero sólo reiterar en esta oportunidad que el móvil de ese planteamiento, ajeno a toda mira de política actual, ha sido únicamente cautelar, sin mengua alguna de la autonomía parlamentaria, lo que, a lo largo de nuestra vida constitucional, fue siempre un fuero del Ejecutivo, dirigido a lograr un mejor examen de las leyes. En lo que a mí respecta, soy apenas un hombre que pasa por la Presidencia como fugaz elemento de un proceso histórico. Pero no desearía que más tarde pesara sobre mí, en el juicio de la opinión ciudadana o en el ánimo  de mis sucesores, el cargo de haber omitido la promoción de un debate definitorio sobre punto de  tan permanente trascendencia.
De acuerdo con  la facultad que les confiere el artículo 119 de la Constitución del Estado, las Cámaras han nombrado en los primeros meses de este régimen diversas Comisiones de investigación encargadas de examinar el funcionamiento y manejo de varios organismos de la administración pública o conexa con ella, para establecer sus responsabilidades. El Poder Ejecutivo ha prestado a esas Comisiones el concurso de su información y elementos documentales. Hay todavía algunos casos en que se hallan pendientes de expedición los dictámenes respectivos, y tengo conocimiento de que es propósito de las Cámaras expedirlos a corto plazo. Coincido por entero en la conveniencia de esa pronta expedición ya que precisa conciliar los altos fines de moralidad en que se inspira el nombramiento de esta clase de Comisiones, con la necesidad sustancial de normalizar el funcionamiento de los organismos investigados y de evitar el latente estado de inquietud que mantiene en el personal que se siente libre de sospecha, la falta de definición de los cargos que puedan resultar del proceso indagatorio.

LA LÍNEA  DEMOCRÁTICA DEL GOBIERNO
Al asumir la primera magistratura, anuncié al país mi propósito de promover el restablecimiento del régimen democrático que la Carta Política señala como uno de los elementos constitutivos de la República; democracia en el auténtico sentido del vocablo: respeto de la persona humana; libertad dentro del orden; honesta facultad de crítica; deferente acogida al derecho de petición regularmente ejercitado; igualdad  de oportunidades; sanción de las transgresiones bajo la pauta de la ley.
En el ejercicio del Gobierno, me he esforzado por cumplir esa anunciada directiva. El primer acto del Ejecutivo fue la promulgación de la ley de amnistía, que reintegró a la vida civil a numerosos ciudadanos. Los exilados políticos han regresado al país. Se ha suspendido la censura de prensa y de telégrafos. La libertad de imprenta consagrada por la Constitución ha sido reconocida en ley reciente. Es libre la emisión de noticias al exterior. Funciona ampliamente el derecho de asociación. En la provisión de cargos públicos se procura tomar en cuenta los factores de capacidad, moralidad y méritos adquiridos, sin otra clase de distingos. Y, abolidas las leyes de excepción, se remite al fuero común la sanción de los actos delictuosos.
Creo no exagerar en la afirmación de  que pocas veces en el Perú se ha observado una actitud de mayor respeto  a las garantías individuales y sociales por parte de las autoridades.
Toca a los ciudadanos contribuir con  su conducta al mantenimiento de este régimen de libertades, ajustándose a normas de mesura cívica. Dentro de tales normas, el poder compulsivo de la autoridad no tiene por qué hacerse sentir: ella ejercita apenas una misión de ponderada vigilancia. Pero la libertad no es desorden, ni pasión obcecada, ni abuso irresponsable, ni actitud intolerante. En este sentido, cábeme de nuevo formular al país una fervorosa exhortación a la comprensión y a la calma. Que las  actividades políticas se desenvuelvan dentro de un clima de respeto mutuo. Que la prensa se inspire en dictados de veracidad y nobleza, con fidedignos elementos de juicio y sin hiriente agresividad. Que el derecho individual o colectivo se reclame con sujeción a la ley y al margen de toda imposición.  Y, que el sentido de responsabilidad subordine siempre el interés  personal o de grupo al supremo interés del país.
De no contar con este aporte  de buena voluntad de la ciudadanía, el cumplimiento del deber marca a la autoridad una función activa cuya energía se legitima por el imperativo de sostener la vida regular de la nación.
De conformidad con lo dispuesto en  la Ley N° 10316 y en el decreto de convocatoria de 26 de diciembre de 1945, se realizaron el 30 de junio último las elecciones complementarias para cubrir las vacantes de 4 senadores y 15 diputados.
Por órgano del Ministerio de Gobierno  se dictó el decreto supremo de 17 de junio, estableciendo el control de los mencionados comicios por las Fuerzas Armadas con el fin de dar garantías a los electores en el acto del sufragio y a los diversos organismos electorales  en el ejercicio de sus respectivas funciones.
Oportunamente el señor ministro del ramo dirigió circulares a las autoridades políticas dándoles indicaciones precisas sobre la conducta que debían observar durante el proceso electoral, e instruyéndolas con claridad acerca del propósito del Ejecutivo, basado en su orientación legal y democrática, de auspiciar comicios absolutamente imparciales y libres. El Gobierno ha cumplido, así, con austeridad, la parte que le incumbía en el acto electoral.
Producido el sufragio, han sido llevadas al Jurado Nacional de Elecciones varias demandas de nulidad. Es menester que la nación aguarde con serenidad y respeto el veredicto de los jueces y que se evite toda actitud que pudiera perturbar la libertad de sus decisiones.

LA LABOR DE LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA
El primer año de un nuevo régimen político es por lo  general de inventario y planeamiento. Hay que empaparse del estado de la administración que se recibe y examinar las directivas en que ésta se ha inspirado para ratificarlas y reformarlas. Por otra parte, hay que preparar el plan de ejecución del programa económico, financiero y administrativo que trae el nuevo Gobierno.
Estas labores requieren meses de estudio, durante los cuales la acción de la administración no se hace mayormente visible al exterior. En el caso de mi Gobierno, han concurrido, además, otros factores adversos que postergaron lamentablemente la iniciación organizada  de las tareas administrativas. En el ramo de Obras Públicas eran muy escasos los fondos disponibles durante el segundo semestre del año pasado para atender ese servicio. La revisión del proyecto de Presupuesto para 1946 tomó todo el último cuatrimestre del año anterior, y su discusión en las Cámaras exigió la prórroga del doceavo de enero y febrero últimos. Fue, pues, sólo a partir de marzo que la nación dispuso de una ley presupuestal, cuya impresión, distribución en fascículos a los diversos ministerios y ulterior versión a los presupuestos administrativos parciales de cada ramo demandó entre uno y dos meses más. Reinaba, entretanto, una situación de incertidumbre presupuestal que sólo permitió muy contadas realizaciones. Puede decirse que sólo a partir de mayo logró ser normalizada la marcha financiera de la nación e iniciados con regularidad los trabajos y servicios públicos de acuerdo con la nueva pauta legal.
Otro factor de distinto orden ha actuado también en este proceso. El año que ha vencido ha sido un año político, como consecuencia del profundo cambio introducido en nuestras instituciones por el advenimiento del nuevo régimen. La intensa labor parlamentaria se ha reflejado en el Ejecutivo bajo la forma de un extraordinario recargo de trabajo en la emisión de informes, suministro de datos y constante atención de los ministros a la expedición de las nuevas leyes. Las actividades de partido han demando la constante vigilancia del Poder Público, en  resguardo del orden. A esto se  agrega la multiplicación de conflictos sociales, que han mantenido en permanente estado de alerta y de trabajo agobiador a ciertos funcionarios de la administración.
Pese a tales circunstancias, la labor de la administración pública ha sido intensa e incesante. No es aventurado afirmar que rara vez se ha trabajado en las oficinas del Estado con mayor ahínco y constancia que en el año transcurrido incluso en horas extraordinarias. Los detalles que contiene este mensaje en referencia a cada ministerio son una prueba de esta afirmación. Es temprano aún para enjuiciar la tarea desenvuelta y para apreciar sus resultados; tanto más cuanto que el Ejecutivo ha preferido trabajar en silencio, rehuyendo la estridencia de una propaganda demagógica. Lo que me cabe asegurar es que en esa tarea han puesto los miembros del Gobierno y el personal de funcionarios y empleados públicos el máximum de  dedicación y su más acendrado interés por el servicio del país.
Comprendo, sin embargo, que éste tiene derecho a esperar en lo sucesivo una labor más organizada y más tangible u objetiva. Ello no depende únicamente del Gobierno, requiere también la colaboración de los demás organismos del Estado, de las fuerzas políticas, de los sectores del trabajo y de la ciudadanía en general. La experiencia del año transcurrido me mueve a formular votos porque la acción oficial se canalice en objetivos limitados y concretos; porque las actividades sociales entren en  un cauce de serena normalidad; y porque, morigerados los factores de disidencia e inquietud, se concentre nuestro pueblo en una unánime y patriótica voluntad de  trabajo constructivo y de esfuerzo creador.

EL PROBLEMA ECONÓMICO Y HACENDARIO
Vivimos la postguerra. El mundo arrostra en este momento, sin distinción de países, un problema de inflación. Ese  problema repercute en el Perú con caracteres peculiares y graves. Nuestra economía es incipiente y feudal y nuestras finanzas flojas. Ricos en materias primas, nos falta industria de transformación para utilizarlas por nosotros mismos y habremos de someterlas al mercado internacional bajo obligadas limitaciones de demanda y de precio.
Derívase de aquí la escasez de manufactura propia y el forzado recurso de la importación foránea, con la tiranía del costo y de los fletes y el consiguiente drenaje de divisas. La exigüidad de nuestros capitales y la escasez de brazos obstaculizan el  avance en gran escala  de la industria extractiva, fuente generosa de producción. Como consecuencia, dependemos del extranjero para el abastecimiento de algunas de nuestras necesidades vitales en el orden de los alimentos. Esta deficiencia reduce  nuestras posibilidades inmediatas de inmigración. La carestía de la vida origina legítimas demandas de aumento de salarios y sueldos que, a su vez se traducen en elevación de los precios y en nuevas cargas al erario. El natural  progreso del país exige, a su vez, la creación de nuevos servicios públicos cuyo sostenimiento representa al Estado una creciente alza de egresos, en progresión mucho más rápida que la de los ingresos fiscales, relativamente estacionarios por el lento incremento de los medios de producción que son la base del tributo. El Presupuesto, así, pierde equilibrio y el fantasma de la inflación se hace presente.
Es indudable que el primer recurso para atenuar los peligros de este proceso consiste en adoptar sin dilaciones un severo régimen de economía, que se traduzca, en la vida de la comunidad, en un parcial sacrificio de las aspiraciones salariales y una mayor sobriedad de los consumos y, en la hacienda fiscal, en una prudente reducción de los gastos públicos. A este respecto creo que en los planes de reorganización de los ministerios, es menester dar a éstos una estructura menos rumbosa y más parca en especializaciones de departamentos y secciones que la que ahora existe; que la proliferación de los empleos públicos no se ha detenido aún todo lo posible en el Presupuesto vigente; y que es preferible contar con un menor número de funcionarios competentes y bien rentados, eliminando muchos de los de reciente creación, que multiplicar  los puestos de mala renta y de dudosa eficacia. Pienso, asimismo, que el pliego de egresos es susceptible de recortes en varios ramos, suprimiendo servicios no estrictamente indispensables, limitando las autorizaciones  de viajes al extranjero, cortando la concesión de nuevas pensiones de gracia, que inflan alarmantemente las listas pasivas e introduciendo otro género de economías.  He recomendado a los señores miembros del gabinete ministerial que traten de inspirarse en estas normas al preparar el proyecto del próximo Presupuesto. Pero es cierto también que, desde el punto de vista hacendario, no podemos cegarnos ante ciertas evidencias que la realidad nos impone. La tributación no puede ir más allá de las posibilidades razonables del contribuyente; y el Estado no puede ignorar respecto de sus servidores el fenómeno general del alza de los costos y la equidad de una mejora  siquiera parcial en la tasa de los emolumentos; ni puede desatender servicios indispensables que se rozan con la vida o el trabajo de los asociados. De otro lado, el curso arrollador del progreso del país trae también consigo nuevos y crecidos desembolsos al erario, en progresión mucho más grande que la de los ingresos del respectivo ejercicio. Las economías presupuestales son pues, sólo un remedio parcial de la crisis; un paliativo incapaz de resolver integralmente el problema del déficit.

LA PRODUCCIÓN EN GRANDE: SUS REQUISITOS
De ahí mi convicción profunda de  que solo un empuje vigoroso de la producción nacional nos traerá la solución que el país  todo reclama. La producción en grande acarrea mayor  riqueza privada y pública, mayores medios de pago, mayor capacidad tributaria y, por lo mismo, más altos rendimientos fiscales capaces de cubrir, acaso con holgura, las nuevas exigencias del Presupuesto. Pero esa producción supone también atracción del capital extranjero, garantías para los inversionistas, acertada elección de las inversiones, voluntad de trabajo, tranquilidad social y un plan concreto de obras reproductivas en cuya rápida realización  concentren a la vez el Estado y los particulares el máximo de sus energías.
El capital extranjero solo puede venir al país en una de dos formas: o como empréstito o como inversión privada. Son evidentes las ventajas de esta última sobre aquél, por más que hoy los empréstitos de Gobierno a Gobierno, dentro del sistema cooperativo interamericano, ofrezcan garantías de seriedad y equidad que antes no siempre ofrecían en las contrataciones de bolsa. Pero el inversionista extranjero piensa dos veces antes de llevar su dinero a un país extraño. El capital posee  una extraordinaria sensibilidad y su retracción o largueza depende de los más sutiles factores. Un país es atractivo para el capital extranjero cuando sus leyes le  prestan garantías sólidas, no sólo de presente, sino a largo plazo; cuando el Estado respeta sus contratos con los particulares; cuando su moneda es saneada; cuando hay en ese país posibilidades de inversión reproductiva que ofrezcan perspectivas de utilidades; cuando una fracción prudencial de esas utilidades es legalmente susceptible de llevarse al país de origen; cuando el  régimen de la propiedad es respetado; cuando la situación social y política ofrece condiciones de estabilidad y orden que inspiren confianza a quienes realizan la introducción de capitales; y cuando esta firmeza del orden social, así como una previsible ausencia de innovaciones excesivas en el orden tributario, permiten a las empresas calcular sus costos de salarios e impuestos con relativa seguridad dentro de un lapso prudencial, para apreciar las perspectivas de beneficio. Estas no son, por cierto, apreciaciones doctrinarias o de principio que yo recoja como inmutables o permanentes; son apenas comprobaciones de nuestra realidad económica actual, a las cuales debemos, por lo  mismo, someternos de momento, si queremos lograr el objetivo arriba preconizado de impulsar nuestra producción.
Por más que la ideología económico-social de mucha gente no esté de acuerdo con esa realidad y anhele en ella radicales innovaciones, el hecho es que en América y en el Perú vivimos aún la era del capitalismo y tenemos que amoldar a sus dictados nuestros empeños de progreso, sin perjuicio de moderar con franco sentido humano y moderno  lo que haya de exagerado en sus pretensiones de frío egoísmo individual.
Pocos países se dan más atrayentes que el Perú como campo posible de grandes y fructuosas inversiones. Poseemos magníficos proyectos de irrigación. Las industrias agrícola, ganadera y minera tienen enorme porvenir.
El petróleo se encuentra en varias  zonas del subsuelo. Las posibilidades de nuestra selva son ilimitadas. En los ríos que bajan de nuestras cumbres discurre un formidable potencial de energía hidroeléctrica que debidamente utilizado puede determinar la completa industrialización del país, incluyendo la industria pesada. Nuestro obrero es inteligente y hábil. No son, pues, condiciones naturales las que nos faltan para que el gran capital venga a radicarse en el Perú, lo que necesitamos es asegurarles esas otras condiciones de orden legal y social a  que antes me he referido. Pero asegurárselas de inmediato, porque mañana puede ser tarde. Hoy el momento es propicio, porque en grandes países la plétora de  circulante originada por la guerra impele al capitalista a llevar su dinero al exterior. Este fenómeno tiene su correspondiente en los países urgidos de capitales: se va estableciendo entre ellos algo así como una competencia de facilidades y garantías para atraer las inversiones. El éxito será de los más diligentes y a nosotros nos interesa contarnos entre esos últimos.
Examinando el campo de las perspectivas inmediatas para incrementar nuestra producción, mi Gobierno ha considerado en primer término la riqueza petrolera.
Viejo en el mundo, el problema del petróleo se actualiza hoy con aspectos inesperados. La terminación de la guerra hará readquirir su importancia en el comercio internacional a los yacimientos de otros continentes y antes que la corriente de las exploraciones se desplace hacia ajenos países, nos incumbe la responsabilidad de promover una más amplia e intensa exploración del nuestro. En la lucha de mercados próxima a producirse por acción de la competencia, llevarán la peor parte los países cuya industria petrolera sea débil y anémica; y estamos, por consiguiente, en la obligación de vigorizar y extender las actividades petroleras  nacionales. El descubrimiento de nuevos carburantes naturales y sintéticos constituye una amenaza para el petróleo y dista mucho de garantizar la permanencia a largo plazo de la comerciabilidad de ese producto; razonamiento éste que nos mueve a compulsar las lamentables y aún catastróficas consecuencias que acarrearía el ver en un momento dado esterilizada y pérdida la riqueza portentosa que en este orden nos brindó la naturaleza y que apuntala buena parte de nuestro Presupuesto.
Las labores de exploración y explotación del petróleo son de las más costosas y requieren capitales que resultan  poco menos que astronómicos para la capacidad financiera de los capitalistas peruanos. Por último, es conocido el hecho de que el control del petróleo mundial está en manos de unas pocas y poderosísimas organizaciones que poseen  experiencia de años en la técnica de la industria, que imponen universalmente sus precios y que están en capacidad de hacer el dumping a las pequeñas empresas locales de los países productores. Todas estas consideraciones movieron al Ejecutivo, a poco de iniciado este Gobierno, a revisar resueltamente el régimen de reservas del Estado establecidas desde años atrás en el país con laudable propósito nacionalista; y después de maduro estudio se adoptó la resolución, no de abolir de un plumazo las reservas, sino de  permitir que éstas fueran levantadas parcialmente, por zonas limitadas, en cada caso en que empresarios solventes solicitaran concesiones; todo ello sin  perjuicio de estudiar la reforma de la vigente ley de petróleo.
Fue así como tuvo origen el contrato ad-referendum suscrito por el Gobierno con la International Petroleum Company sobre la zona petrolera del desierto de Sechura y sometido al Congreso  para su estudio y aprobación. Los encontrados pareceres que ha suscitado en la opinión pública la formulación de ese contrato, lejos de lastimar la susceptibilidad del Gobierno, merecen su más decidido beneplácito; pues le han dado  la oportunidad de llevar al debate público una negociación que nació limpia y que se inspira sólo en un propósito de provecho nacional. En ese debate podrán ser contemplados los motivos en que se han fundado el Gobierno para ajustar las bases pactadas, así como también las sugerencias que los contradictores han emitido y emiten para modificarlas o sustituirlas; y tras  la necesaria compulsa de unos y otros elementos podrá el Poder Legislativo,  como árbitro supremo, pronunciar su decisión.
Por lo que a mí respecta, creo que el contrato contempla debidamente el interés del Estado. En el fondo y  aunque no sea explícitamente, éste se constituye en asociado de la empresa para la percepción de los rendimientos de la explotación proyectada. Las condiciones establecidas son en mucho superiores a las que exige a los concesionarios la ley vigente. La concesión abarca únicamente el subsuelo, quedando expedito el derecho del Estado para utilizar, directamente o por  medio de particulares, los terrenos superficiales.
Fenecido el periodo de exploración, la concesión se reduce para los fines de la explotación a sólo un 30% del área otorgada; revirtiéndose al Estado el 70% restante, con el  derecho de parte de este último de hacerse dueño de todos los estudios técnicos que realice la  empresa sobre ese 70% a fin de que el Gobierno pueda aprovechar para sí esos estudios u otorgar, con mejor conocimiento de causa, futuras concesiones. No hay concesión a perpetuidad, sino a plazo indefinido; pues según el concepto técnico actual los yacimientos son riqueza extinguible cuya duración, dentro de un régimen de explotación científica y normal, no va más allá de cierto número de años, 10, 20 ó 30, según el volumen y presión de la napa. La regalía se cobra no sólo sobre el carburante líquido, sino también sobre los gases utilizados, que hasta hoy no eran tomados en cuenta. Finalmente, el contrato no se ha suscrito a firme: si logra la aprobación del Congreso, se  abrirá sobre las bases mismas que él contiene un periodo de licitación dentro del cual otras empresas podrán mejorar la oferta de la International Petroleum Company y esta entidad quedaría desplazada automáticamente si se produce otra oferta más ventajosa.
La elaboración del contrato ha sido minuciosa y su debate intenso entre las partes, con un constante cambio de  propuesta y contrapropuestas que aleja toda presunción de parcialidad benevolente y revela el empeño de los negociadores de llegar a un equitativo equilibrio de intereses y perspectivas.
Tengo, pues, la impresión, algo  más, la convicción moral de que en este asunto ha primado un criterio de buena fe y honestidad que, aun suponiendo que el contrato adolezca de defectos, pone a cubierto de sospecha la corrección del Gobierno.
En lo que toca a proyectos de irrigación, el Ministerio de Fomento tiene ya terminados o por terminar los estudios correspondientes a varias zonas de la costa y la sierra, como las de Piura, Jaén, Olmos, Ica, Majes, Ocoña y Tacna, que permiten encarar a breve plazo la iniciación de cualquiera de esas obras, por cuya financiación están interesados diversos capitales. Son señaladamente promisorias las irrigaciones de media altura, propicias al cultivo del trigo.
Merece especialísima atención la idea, por algunos enunciada, de extender el riego a las áreas aledañas y de campiñas ya actualmente cultivadas y próximas a centros poblados, antes de emprender irrigaciones nuevas de zonas eriazas.
Lo que importa en este asunto es adoptar una resolución rápida y circunscribir la elección, entre los numerosos proyectos existentes, a sólo dos o tres de ellos, para enfocar concretamente y de inmediato su ejecución.
La obra de la Corporación del Santa, múltiple en sus aspectos, pero ya perfectamente perfilada y organizada, debe merecer la atención preferente y el decidido apoyo financiero del Estado, a fin de comenzar a percibir los beneficios industriales que ella habrá de reportar.
En suma, estoy convencido de que acaso el exceso de imaginación y el exagerado aunque plausible  afán de abrir muchos caminos simultáneos al propósito de incrementar nuestra producción, ha sido la rémora principal con que hemos tropezado para hacer realidad ese propósito. Con un criterio más práctico y más a tono con nuestras posibilidades, debemos reducir prudentemente el ámbito ambicioso de  nuestros proyectos y, antes que entretenernos estérilmente en  discutir durante años su planificación perfecta e integral, decidirnos a escoger unos pocos, aquellos cuya utilidad está descontada, y ejecutarlos sin  demora a fin de dar una inyección de vida a nuestra débil economía. Evitaremos también de este modo la dispersión de los fondos fiscales en muchas obras de pequeña importancia, para concretarlos en la financiación de una o pocas empresas de gran envergadura.

LOS VALORES ESPIRITUALES
Los valores materiales son, sin duda, importantes; pero no son los únicos. Siempre he tenido fe profunda en la eficacia de los valores espirituales como elemento determinante de la felicidad  de un pueblo. De ahí que me haya esforzado por fomentar y enaltecer esos valores en alocuciones públicas y en actos administrativos.
Pienso que yerran quienes afirman que en el mundo de hoy el sentido materialista de la vida impone como  únicos resortes de la acción humana el interés, el éxito o la fuerza; y que ha pasado la hora de la moral, del honor y del derecho. Precisamente la última guerra, donde han entrado en pugna la concepción cristiana y la totalitaria, no significó otra cosa que la reacción del hombre libre contra la amenaza anti-espiritualista del criterio imperial. Y el movimiento de solidaridad y de cooperación mutua de que es gallardo promotor este continente nuestro, halla su fundamento y su prestigio en los valores netamente morales de la afinidad de espíritu y el sentimiento de fraternidad.
En los pueblos, como en los individuos, los rasgos de la personalidad se perfilan en función de sus excelencias anímicas. La valía de un pueblo se cotiza por sus virtudes permanentes y por la conducta de sus hombres antes que por el peso de su poderío o por su influencia internacional. Fueron Atenas, la sabia; y Esparta, la indomable,  gloriosas en su pequeñez; y una Polonia infortunada suscita más admiraciones por su fervor de independencia que altas potencias imperiales. Allí donde un ideal o el sello de una convicción ha presidido la trayectoria de un país, su figura parece ennoblecida y el consenso invariable del mundo le otorga su respeto.
Rica es la gama de valores espirituales que puede ostentar una nación.
Heredados los unos, a título de dones, del misterio de la naturaleza o de ancestrales influencias, y adquiridos los otros, como virtudes, a fuerza de un proceso de depuración de la voluntad, constituyen todos el acervo precioso del alma colectiva y determinan en cada pueblo la orientación de su destino histórico. La bondad, el honor, la rectitud, la inteligencia y el carácter se dirían valores fundamentales: de cada uno de ellos se derivan cualidades excelsas.
La bondad, que es afable disposición hacia los demás, busca expresión en el altruismo, en la delicadeza, en la piedad, en la ternura, en el pacifismo. El honor, que no es otra cosa que el respeto de sí mismo, se exterioriza en celo por la reputación y en cuidado de la conducta. La rectitud, alta postura moral de ponderación sin egoísmo, hace de la lealtad un culto, de la justicia un lema y una noble profesión del cumplimiento del deber. La inteligencia es lucidez o análisis; creación o dialéctica; fría  aptitud técnica o emotiva disposición artística. El  carácter, flor de voluntad lograda a base de educación, se exhibe multiforme en sus manifestaciones; en los trances supremos de la vida llámase valor o entereza; a lo largo de un proceso de sucesivas dificultades superadas, se titula perseverancia; frente a la  encrucijada, el dilema o la duda, se denomina determinación; ante el asedio de las insinuaciones se transforma en firmeza; bajo el peso de la calumnia o del insulto se traduce en serenidad.
Fuerza inconmensurable, tesoro inmenso es el que tienen los pueblos en estos grandes valores; pero su posesión y su defensa están en manos de cada uno de sus ciudadanos. Son éstos, en rigor, sus individuales depositarios; a ellos les toca cultivarlos y preservarlos; y de la personalidad que así se forje cada uno resultará, amplificada,  la personalidad de la nación, su prestigio o su demérito. De ahí la enorme responsabilidad de los hombres en la suerte de su comunidad; y de ahí el interés con que yo enuncio, en esta ocasión solemne, la necesidad de un llamado a los peruanos para que guarden celosamente el caudal de sus valores espirituales. Que sean respetuosos del pensamiento ajeno, leal en sus luchas, honrado en sus procedimientos, veraz en la afirmación y sincero en la actitud. Que se adelanten al conflicto que les plantea el nuevo espíritu social, uniendo en armoniosa ensambladura los dos grandes intereses del capital y del trabajo, bajo la inspiración de un hondo sentido cristiano. Que adquieran la conciencia de que depende de su esfuerzo la suerte de la producción y, en consecuencia, tiemplen como acero los resortes de su voluntad de trabajo.  Que forjen su carácter a base de una disciplina interna y libre, nacida del  concepto del deber y no de la presión ajena. Que en cada individuo haya un hombre en la  plena extensión del vocablo, vale decir, un amplio espíritu extraño a todo sectarismo y un  corazón sin odios propicio a todas las generosidades.

Señores Representantes:
Bajo el auspicio tutelar de la patria e inspirados en altos propósitos iniciáis hoy las labores de esta Legislatura.  Hago votos porque el acierto acompañe vuestras decisiones y porque la obra que os toca realizar merezca bien del país.

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